«¿El amor tiene un precio?»

ENTRETENIMIENTO

Julii era imposible no notarla. Nos conocimos en un banquete organizado por un amigo en común y, en cuanto la vi, me cautivó por completo.

Era impresionante, y su confianza al entrar en la sala dejaba a todos boquiabiertos.

Cuando aceptó mi invitación para una primera cita, sentí que la suerte había sonreído a mi favor. Todo parecía perfecto, al menos eso pensaba yo.

Con el tiempo, sin embargo, comencé a notar ciertos patrones. Cada salida que teníamos terminaba con una cuenta elevada, la cual, por supuesto, yo pagaba.

Cuando Julia mencionó una vez que “su billetera había quedado en otro abrigo”, no me pareció extraño. Después de todo, cualquiera podría olvidarlo.

Pero cuando esto se repitió, empecé a pensar que quizás no era un accidente, sino una estrategia recurrente.

Julia nunca me dijo abiertamente que esperaba que le diera dinero, pero lo hacía de manera sutil, con elegancia, casi de forma imperceptible.

“Cariño, vi un vestido hermoso en la galería, pero es tan caro…” – ese era el indicio de que debía hacer algo.

O también: “Este fin de semana en el SPA sería un sueño, pero ya sabes cómo está la situación financiera…” – y de inmediato ya estaba planeando la reserva.

Sin embargo, el verdadero golpe llegó cuando me pidió ayuda para pagar el alquiler.

“Es solo una situación puntual” – me explicó, y yo, cegado por el amor, acepté. Después de todo, un vínculo se basa en el apoyo mutuo, ¿no?

La sorpresa que lo cambió todo

Un día decidí sorprender a Julia. Compré sus flores favoritas y decidí visitarla sin previo aviso.

Julia justo había salido, pero quien me abrió la puerta fue alguien a quien jamás imaginé encontrar – un joven que parecía estar en su casa.

“¿Quién eres?” – le pregunté, confundido. “¿Y tú? Supongo que eres otro de los patrocinadores de Julia” – respondió sin inmutarse. En ese instante, mi mundo se derrumbó.

El hombre que encontré era su pareja habitual, con quien planeaba comprar un apartamento. Yo solo era un cajero automático que financiaba sus sueños comunes.

La verdad que me hundió

Cuando Julia regresó, le conté todo. Se mostró sorprendida, pero rápidamente recuperó su confianza. “Cada quien hace lo que puede” – dijo con indiferencia.

Yo, por mi parte, me sentí como un tonto que había permitido ser utilizado durante meses. En ese momento, decidí ponerle fin a esta farsa.

Hoy sé que estuve cegado por su belleza y manipulación.

Afortunadamente, entendí a tiempo que el amor verdadero no consiste en dar sin recibir. Julia fue solo una lección que tenía que aprender.

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