Marta y yo nos conocimos desde el instituto. Éramos inseparables, durante años nos apoyamos mutuamente en cualquier situación, sin importar si se trataba de dramas familiares o asuntos del corazón.
Confiaba completamente en ella. Esta era una amistad en la que no tenía que pensarlo dos veces cuando la otra persona pedía ayuda.
Cuando me llamó pidiendo un préstamo, no dudé ni un instante. Sabía que estaba pasando por un momento difícil: divorcio, hipoteca, y una vida sin un trabajo fijo.
Marta me dijo que necesitaba dinero para “ponerse de pie”. Lo decía con una desesperación tal que mi corazón no pudo quedar indiferente.
“Querida, no tengo a nadie más a quien recurrir,” me dijo. “Te prometo que esto solo será temporal. Te devolveré todo en cuanto venda el departamento después del divorcio.”
Cincuenta mil pesos: nuestro fondo común de emergencia, que habíamos estado ahorrando con mi esposo durante años para “tiempos difíciles”. Sabía que debía hablar con él, pero de alguna manera no lo hice.
Tal vez porque él conocía a Marta solo superficialmente y no confiaba en ella como yo. O tal vez porque temía que dijera que no.
Quería ayudar a mi amiga, creía que era la única manera en que podría salir de su difícil situación.
El silencio
Después de transferirle el dinero, Marta mantuvo el contacto conmigo durante algunos días más.
Me contaba que estaba buscando un nuevo departamento, que ya casi tenía firmada una escritura, que pronto todo se solucionaría.
Con estas noticias me bastó para tener esperanza. Creí en ella, que cumpliría su promesa.
Pero luego algo cambió. Marta de repente dejó de llamarme, y no respondió a mis mensajes.
Al principio pensé que estaba demasiado estresada, que no tenía tiempo, o que tenía algún problema personal. Pero cuando pasaron semanas sin saber de ella, comencé a entrar en pánico.
Intenté contactarla de todas las formas posibles: llamaba, escribía, incluso la busqué en las redes sociales. Nada. Era como si se la hubiera tragado la tierra.
Los peores pensamientos comenzaron a aparecer en mi mente. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si estaba en el hospital? Busqué en internet, pero no encontré ninguna pista.
La terrible verdad
Entonces, un encuentro fortuito cambió todo. Me encontré con una amiga en común, Mónica. Cuando le pregunté si sabía algo de Marta, Mónica me miró extrañada.
“¿No lo sabías?” – me preguntó. “Marta se fue. Vendió el departamento después del divorcio y se fue a vivir al extranjero. Al parecer, allí encontró un nuevo trabajo y… un hombre. Parece que le va muy bien.”
Fue como si el mundo se derrumbara a mi alrededor. No podía creer que Marta, a quien conocía desde hace años, en quien confiaba, simplemente se hubiera ido.
Mis intentos de ponerme en contacto con ella fueron inútiles.
Me di cuenta de que nunca tuvo la intención de devolver el dinero. No había ningún plan de reembolso, ni intentos por solucionar sus problemas. Fue una simple manipulación.
Pero lo peor estaba por llegar.
No solo había sido engañada por alguien a quien consideraba mi mejor amiga, sino que había otro problema: mi esposo no sabía que habíamos perdido nuestros ahorros.
Una serie de mentiras
Vivía cada día con más estrés, mientras fingía que todo estaba bien. Sabía que, tarde o temprano, mi esposo descubriría que nuestra cuenta bancaria estaba prácticamente vacía.
Cada noche regresaba a casa, conversábamos como siempre, pero yo sentía que vivía atrapada en una red de mentiras.
Un día, durante la cena, mi esposo comenzó a hablar sobre nuestros planes para las vacaciones de verano, que queríamos disfrutar con nuestros ahorros. Sentí cómo mi corazón latía más rápido.
Tenía que inventar algo. Tenía que contarle lo que había pasado, pero ¿cómo? ¿Cómo explicarle que había prestado nuestro dinero a alguien que simplemente desapareció?
Esa noche, por primera vez, empecé a pensar seriamente en lo que pasaría con nuestro matrimonio si mi esposo descubriera la verdad. ¿Me perdonaría? ¿Entendería por qué lo hice?
La confrontación final
No tuve que esperar mucho para que todo se viniera abajo. Mi esposo notó que una gran suma de dinero había desaparecido de la cuenta y me preguntó qué había pasado.
Por un momento intenté mentirle, decirle que fue un malentendido, pero finalmente confesé todo. Con cada palabra sentía como si mi vida se me escapara de las manos.
“¿Cómo pudiste hacer esto?! ¿Cincuenta mil?! ¡Todo nuestro dinero!” – la voz de mi esposo reflejaba ira e incredulidad.
Sentí cómo los hilos de nuestro matrimonio se volvían cada vez más delgados, y todo esto fue causado por mi ingenuidad y mi ciega confianza.
No sé qué traerá el futuro.
Mi esposo aún no se ha ido, pero nuestra relación nunca será la misma. Sigo intentando ponerme en contacto con Marta, pero sé que ella ha desaparecido para siempre.