Cuando mi hijo me llamó para decirme que debía irse de viaje de negocios por dos semanas, de inmediato sugirió que podría quedarme a cuidar a su esposa embarazada.
«Te lo agradecerá mucho, mamá. Sabes lo difícil que le está resultando estar sola ahora» – dijo con tanta seguridad que no pude negarme.
Después de todo, ella estaba en la recta final del embarazo y, realmente, podría necesitar apoyo.
Al día siguiente, mi nuera ya estaba en mi casa con sus maletas.
Al principio, todo parecía normal. Le hacía las compras, cocinaba, me aseguraba de que descansara.
Pero algo no me dejaba tranquila… Su comportamiento comenzó a volverse cada vez más extraño.
Llamaba a mi hijo constantemente, pero esas conversaciones siempre eran breves, como si estuvieran ocultando algo.
Cada vez que le preguntaba por qué no llamaba tanto como había prometido, siempre tenía una excusa lista.
Las primeras sospechas
Un día, mientras revisaba los mensajes en el teléfono de mi nuera, accidentalmente encontré uno que no debía haber visto.
«Está conmigo.
Un poco más y ella misma nos propondrá mudarnos aquí. Tenemos que ser pacientes» – leí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba.
Lo que había pensado que era solo una ayuda en momentos de necesidad, resultó ser parte de un plan muy bien elaborado.
No podía creer que mi hijo, a quien siempre consideré responsable y honesto, pudiera llegar a hacer algo tan manipulador.
Ellos dos, mi nuera y él, habían tramado todo esto a mis espaldas para que aceptara, sin quejarme, que se quedaran a vivir conmigo de forma permanente.
La pelea que todo cambió
Decidí actuar de inmediato. Después de una de esas rápidas conversaciones telefónicas de mi nuera, en las que nuevamente desvió las llamadas de mi hijo, decidí confrontarla con lo que había leído.
Tan pronto como abrí la boca, estalló. «¡No tienes derecho a acusarme! ¡Todo lo que hago es por nuestro hijo!» – gritó, pero ya no tenía dudas.
La situación se convirtió en una pelea feroz, en la que finalmente dejó de esconder sus intenciones.
Al día siguiente, llamé a mi hijo. Le conté lo que había descubierto y le exigí que regresara de inmediato.
«No sabía que lo descubrirías, mamá… pero es por nuestro bien» – intentó justificarse, pero para mí ya era demasiado.
Le puse una condición: o regresan y hablamos sinceramente, o que busquen otro lugar para vivir.
Mi movimiento
Antes de que mi hijo regresara, tomé una decisión definitiva. No iba a permitir que nadie aprovechara mi bondad y mi ingenuidad.
Cuando se presentaron frente a mí, ambos avergonzados bajo mi mirada fría, no les dejé ninguna duda.
«Ya entendí que todo esto formaba parte de su plan, pero no voy a participar en su juego. Busquen otra solución, porque yo no voy a tolerarlo.»
Finalmente, mi hijo y mi nuera tuvieron que alquilar un departamento.
Aunque sentí alivio por el fin de esta situación, la tristeza de que hubiera llegado tan lejos no me dejó en paz durante mucho tiempo.
Al fin y al cabo, siempre estuve dispuesta a hacer todo por mi hijo, pero no permitiré que nadie pisotee mi dignidad.