Valentina, una mujer mayor, vive en su gran y nostálgico hogar, el cual construyó junto a su difunto esposo, Sergej, con mucho amor.
La casa está impregnada de recuerdos de su tiempo juntos, y cada habitación lleva consigo huellas de su pasado.
Sin embargo, sus hijas, Irina y Natalia, le dejan claro cada vez más que ya no puede seguir viviendo sola.
Irina, quien vive en un moderno apartamento, y su esposo André, le proponen a Valentina mudarse con ellos y ayudarles en la creación de un centro médico.
Valentina, al principio, está indecisa, atrapada entre el amor por su hogar y la preocupación por su futuro.
Tras pensarlo mucho, finalmente acepta, y se traslada al elegante pero frío apartamento de su hija.
Pronto queda claro que la relación entre Valentina e Irina cambia.
La hija, que antes era cariñosa y comprensiva, se vuelve cada vez más impaciente con su madre, quien se siente incómoda en el moderno entorno.
Irina y su esposo André tienen poco entendimiento por las necesidades de Valentina. Ella se siente cada vez más extraña, como si ya no encajara en la nueva vida de su hija.
El sentimiento de ser innecesaria se intensifica, y Valentina se va aislando cada vez más en su habitación, donde reflexiona y se cuestiona sus decisiones.
Después de pasar un tiempo con Irina y André, Valentina se traslada nuevamente con su hija menor, Natalia, pero pronto se da cuenta de que su presencia también se percibe como una carga.
Natalia, quien vive en un espacio pequeño y está constantemente preocupada por su esposo Viktor, tampoco puede darle a Valentina el espacio que ella esperaba.
Las constantes disculpas y la sensación de tener que justificar su existencia agotan a Valentina.
Comienza a darse cuenta de que sus hijas ya no la necesitan ni la comprenden. El dolor de esta alienación es profundo, pero no puede hacer nada al respecto.
Un día, mientras pasea por el parque, Valentina conoce a una pareja de ancianos, Galina Michailowna y Nikolai Petrovich.
Ellos llevan una vida simple pero feliz en su pequeña casa en el campo, que hasta ahora habían vivido solos, pero que por razones prácticas deciden alquilar.
Tras una agradable conversación, los invita a Valentina a ver la casa, que se encuentra cerca.
El lugar le recuerda a su propio hogar, a la época en la que vivía con Sergej, cuando la vida parecía llena de esperanza y posibilidades.
El color blanco de la casa, el jardín con árboles viejos y plantas silvestres despierta en Valentina una ola de nostalgia y seguridad.
Decidida a no seguir siendo una carga, Valentina le comunica a sus hijas que ha decidido mudarse a la pequeña casa. Irina y Natalia reaccionan con resistencia e incomprensión.
No quieren dejarla ir, pero Valentina está segura. En su nuevo hogar, que le brinda mucha más seguridad, finalmente se siente libre.
Comienza a cuidar el jardín descuidado, lo que le da una nueva alegría de vivir. El jardín, lleno de viejos manzanos y grosellas negras, se convierte para Valentina en un lugar de sanación.
Sus manos encuentran consuelo al trabajar la tierra, y el jardín respira junto a ella.
Dos meses después, sus hijas la visitan. Tienen problemas financieros y proponen que Valentina regrese, ya que sus propios proyectos no están saliendo como esperaban.
Pero Valentina permanece tranquila. Les explica que se siente bien en su nuevo hogar y que no tiene intención de abandonarlo.
Les ofrece la posibilidad de visitarla, pero no tiene planes de regresar con ellas.
En los días siguientes, Valentina habla abiertamente con sus hijas sobre la distancia que siente. Sabe que las ama, pero también sabe que tiene derecho a vivir su propia vida.
El jardín se convierte en su refugio, el lugar donde finalmente se reencuentra consigo misma.
El aroma fresco de los árboles, la calma de la vida campestre y las constantes visitas de los amables vecinos hacen de su nuevo hogar un lugar de paz y aceptación.
Valentina ha encontrado su lugar, no en el apartamento de sus hijas, sino en una pequeña y sencilla casa en el campo, donde se redescubre a sí misma.
Y así permanece allí, bajo los manzanos, con la certeza de que algún día sus hijas la visitarán, cuando ellas mismas estén listas. Pero para Valentina, ese lugar es ahora su verdadero hogar.