Una Cena con el Pasado
Nunca imaginé que volvería a compartir una mesa con él, y mucho menos en este restaurante.
Este lugar había sido nuestro refugio. Aquí celebrábamos nuestros logros, nuestras reconciliaciones, nuestras promesas. Entre risas suaves y miradas cargadas de secretos, era como si el mundo solo existiera para nosotros dos.
Este restaurante estaba impregnado de todo lo que una vez fuimos, entre el suave murmullo de jazz y la luz cálida de las velas, que parecía envolvernos en un halo de intimidad.
Pero ahora, allí estaba yo, sentada frente a James, rodeada de recuerdos que se aferraban a mí como sombras. No podía entender por qué había aceptado su invitación. ¿Qué esperaba encontrar aquí? ¿Algún tipo de respuesta, quizá?
James seguía siendo el mismo. Elegante, atractivo, con esa presencia que siempre lograba cautivar a todos a su alrededor. Pero había algo diferente en su mirada.
Algo que no podía definir, pero que me hacía sentir como si hubiera perdido una batalla que no sabía que estábamos luchando.
«Anna…» Su voz sonó más suave de lo que recordaba, como si de alguna manera se estuviera disculpando incluso antes de hablar. «¿Cómo te va?»
«Bien.» Fue lo único que pude decir, y lo dije como si realmente creyera en mis palabras. «¿Y tú?»
Él comenzó a hablar sobre su vida, sobre su trabajo, pero yo no podía concentrarme. Mi mente no dejaba de viajar al pasado, como un tren que no podía frenar, llevándome por recuerdos que creí haber cerrado.
Al principio, la conversación era un simple intercambio de palabras sin importancia. De esos que uno dice por cortesía, sin realmente querer profundizar. Pero de repente, entre el primer plato y el principal, algo cambió.
James dejó de jugar con su copa de vino y comenzó a golpear nerviosamente el mantel con los dedos. Se inclinó hacia mí, y su voz bajó, como si temiera que alguien más pudiera oírlo.
«Necesito confesarte algo.»
Un escalofrío recorrió mi espalda. El aire pareció volverse más denso, como si el ambiente estuviera lleno de algo inconfesable, algo que ya no se podía ocultar.
«¿De qué se trata?» Pregunté, sabiendo en el fondo que algo estaba por romperse.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, vi una vulnerabilidad que no conocía en él. «Es sobre Lisa.»
El suelo bajo mis pies se desvaneció.
Lisa. Mi amiga. Mi confidente. La persona que había estado a mi lado cuando mi vida se desmoronaba, la que me ofreció su hombro cuando todo lo demás parecía perderse en la oscuridad.
Sentí como si mi garganta se cerrara, como si no pudiera respirar. «¿Qué pasa con ella?»
James respiró hondo, como si estuviera preparando el terreno para una explosión. «Lisa y yo… tuvimos una aventura. Mientras todavía estábamos casados.»
Mi mente no entendía, mi cuerpo no reaccionaba. Era como si el tiempo hubiera dejado de existir, como si todo lo que había creído sobre mi vida hubiera desaparecido en un instante.
«¿Qué?» Fue lo único que pude articular, y mi voz salió como un susurro roto.
«Fue un error», dijo rápidamente, intentando que sus palabras sonaran más sinceras de lo que realmente eran. «Un error horrible, pero necesitaba decirlo. No podía seguir con la mentira.»
Me reí, pero fue una risa amarga, que salió de mis labios sin control. «¿La mentira? ¿Tú me hablas de mentira después de todo este tiempo? Dos años después del divorcio, ahora me vienes a contar esto. ¿Y por qué justo ahora?»
James se pasó la mano por el rostro, como si intentara deshacerse de su propia culpa. «Porque los vi. Los vi juntos, y no pude seguir ignorando lo que había pasado.»
Mis entrañas se retorcieron. Dos años de amistad, de confidencias, de abrazos llenos de dolor… y todo el tiempo ella estaba a sus espaldas, compartiendo lo que había sido mío.
Me levanté de golpe, mis manos temblaban. Tenía que salir de allí. No podía soportar estar en la misma habitación que él.
James no trató de detenerme. Sabía que no quedaba nada entre nosotros. Todo había desaparecido.
El aire frío de la noche me golpeó con fuerza. Saqué el teléfono del bolso, mi dedo tembloroso rozó el nombre de Lisa. Quería llamarla, gritarle, exigir una explicación.
Pero antes de que pudiera hacer nada, mi teléfono vibró.
Un mensaje de Lisa.
«Hola, ¿te gustaría desayunar mañana? Te extraño.»
Te extraño.
Me sentí como una tonta. Como si mi corazón se hubiera encogido en mi pecho.
Esa noche, el sueño me eludió. Pasé horas dando vueltas, reviviendo las palabras, tratando de encontrar algún sentido a lo que acababa de escuchar.
A la mañana siguiente, me senté frente a Lisa en nuestro café habitual. Su sonrisa era cálida, ajena a la tormenta que había desencadenado. «Te ves agotada. ¿Todo bien?»
Coloqué mi taza sobre la mesa, de manera tranquila, como si no estuviera a punto de destrozar su mundo. «Anoche cené con James.»
Su sonrisa se desvaneció al instante.
«¿Y…? ¿Cómo fue?»
«Me lo contó todo.»
El silencio llenó el aire. Sus ojos se agrandaron, y por un momento vi cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus dedos se apretaban alrededor de su taza. Quería decir algo, pero las palabras se atoraron en su garganta.
No necesitaba que hablara. Su cara lo decía todo.
«Lisa, tú eras mi mejor amiga.»
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no era suficiente. «Anna, no quería perderte.»
Una risa amarga escapó de mis labios. «Y ahora, aquí estamos.»
Dejé el dinero sobre la mesa, me levanté sin mirar atrás. Lisa extendió la mano para detenerme, pero me alejé.
«Espero que valiera la pena.»
Y me fui, esta vez sin mirar atrás.
Perder a un esposo fue doloroso. Pero perder a quien creí que era mi hermana… eso era un dolor del que no estaba segura de poder recuperarme.