El viaje que planeé con mi vieja amiga Vivian no solo cambió mi vida, sino que la desmoronó por completo, reconstruyéndola con piezas que ni siquiera sabía que poseía.
Lo que comenzó como un intento desesperado por escapar de la rutina y el peso de mis responsabilidades, terminó siendo un viaje hacia las profundidades de mi ser, un despertar que no esperaba pero que, de alguna manera, deseaba.
Al subirme al avión, no imaginaba que me estaba alejando de la mujer que conocía, pero también de una vida que ya no era mía.
Los primeros días en España fueron como un respiro después de haber estado sumida bajo el agua durante años. El aire, diferente, cálido, suave, me envolvía con una dulzura desconocida, y el sonido de las olas,
lejano pero constante, parecía calmar el caos de mis pensamientos. Al cruzar esa frontera, sentí que caía en una realidad que no podía comprender del todo, pero que, sin embargo, me abrazaba.
Las calles, los rayos de sol jugando en los adoquines, las conversaciones al pasar… Todo me hablaba de libertad, de un espacio ajeno a las expectativas, de un mundo sin las cadenas de mi antigua vida.
Vivian había cambiado, o quizás fui yo quien se había transformado. Su energía era como un fuego ardiente, que iluminaba el camino, arrojando destellos de posibilidades que antes no veía.
Me hablaba como si me hubiera estado esperando, como si el mundo entero fuera un lienzo que debía enseñarme a pintar. Y aunque su entusiasmo me arrastraba, había algo en su mirada que me inquietaba, algo de su ligereza que me desbordaba y me hacía sentir pequeña.
«¡Vamos, Lauren! ¡Suelta todo! Estamos aquí para vivir, para sentir, no para pensar», me decía mientras recorríamos el mercado, un estallido de colores y sonidos que me envolvían como un torbellino.
«Lo sé, Vivian… Pero me siento como si perteneciera aquí, pero a la vez como una intrusa en mi propia vida», respondí, confundida, sobrecogida por tanta novedad.
«¡Eso es! Ya no eres la misma, y está bien. ¡Eso está bien!», me dijo con una mirada tan intensa que me dejó sin palabras. «No tienes que seguir siendo quien eras, no tienes que hacer lo que esperaban de ti. Estás aquí porque tú lo has decidido.»
Sus palabras, afiladas como cuchillos, me atravesaron el alma. Sentí una verdad cruda en ellas, pero era una verdad que no sabía cómo aceptar.
Vivía sumida en un mar de «deberías» – en un ciclo de sacrificios, responsabilidades, expectativas ajenas. Pero aquí, en la luz de España, sentí que, por primera vez, podía elegir por mí misma.
Pero no solo el paisaje me obligaba a cuestionarme. Fue un momento en una tienda de antigüedades lo que realmente rompió la barrera. Al caminar entre los objetos viejos, un cuadro descolorido de una pareja llamó mi atención, y sentí una punzada en el pecho.
Sus rostros, sonrientes e ingenuos, me hablaron de un pasado que había quedado atrás, de una versión de mí que ya no reconocía. Ese amor, esa inocencia, ese «antes»… Era algo que había perdido sin saber cómo.
«¿Qué miras?», preguntó Vivian, acercándose a mí y siguiendo mi mirada.
«No lo sé», murmuré, «Este foto parece preguntarme quién soy realmente.»
Vivian, con su gentileza habitual, puso su brazo alrededor de mis hombros y susurró: «No eres solo lo que ves, Lauren. Eres todo lo que has vivido, todo lo que has aprendido.
Y tienes el poder de decidir si seguir aferrándote al pasado o si, por fin, abrazas lo que el futuro tiene para ti.»
Sentí un nudo en el estómago, como un eco lejano que resurgía con fuerza. Parte de mí no quería soltar lo conocido, lo seguro, lo predecible.
Pero otra parte de mí, más pequeña pero con una fuerza renovada, deseaba dejar ir, avanzar, y tomar el control de lo que vendría.
Esa noche, bajo un cielo estrellado que parecía hablarnos en su silencio, nos encontramos en una pequeña taberna. El vino fluía como un bálsamo y las palabras que tanto había reprimido comenzaron a salir, como si la bebida liberara mi alma.
«Siempre me he preguntado, Lauren, por qué te has mantenido tan distante en tu relación con Michael», dijo Vivian, con la suavidad que solo la verdadera amistad puede ofrecer. «¿Qué te detiene?»
Respiré hondo, como si al hacerlo pudiera vaciarme de toda la carga acumulada. «Pensé que debía ser fuerte. Para él. Para nosotros. Pero ahora, ahora me pregunto si era realmente fuerza o solo miedo.»
Vivian me miró, y sus ojos no solo comprendían, sino que también aceptaban lo que yo aún me negaba a aceptar. «Tal vez, Lauren, ha llegado el momento de dejar ir ese miedo.»
«Tal vez», susurré, con la mirada fija en mi copa, como si en ella pudiera encontrar las respuestas que no sabía cómo formular. «Tal vez es hora de vivir para mí.»
La noche era silenciosa, pero dentro de mí, la tormenta rugía con fuerza. Ese momento, aunque incierto, me dejó una sensación de liberación.
Estaba en el umbral de algo nuevo, pero lo único que sabía con certeza es que había dado el primer paso hacia un futuro que yo misma decidiría.
Cuando regresé a la habitación, vi un mensaje en mi teléfono. Era de Michael. Pero ya no me importaba, ya no me pesaba. Porque en ese momento su voz ya no era la que importaba. Ahora era la mía la que resonaba, y la decisión era mía, únicamente mía.