Ellie estaba segura de que su esposo Eric estaba fuera por negocios. Pero cuando su hijo, Max, mencionó casualmente que lo había visto en el sótano de la vecina, algo en su interior se rompió.
Lo que había empezado como una mañana rutinaria se convirtió en una noche llena de misterios, una revelación que la obligó a reconsiderar todo lo que pensaba saber sobre su matrimonio.
Eric se había ido temprano, con su maletín en mano y esa sonrisa ligera, casi infantil, que siempre usaba antes de cada viaje.
«Nos vemos el viernes, cariño», le había dicho, acercándose para darle un beso en la frente.
Ellie lo vio irse, su mente ya saltando de un pensamiento a otro, hasta que la rutina del día fue interrumpida por las palabras de Max.
«Mamá, ¿por qué papá vive en el sótano de la señora Jenkins?»
Su mano quedó suspendida sobre la taza de café. La pregunta, dicha con la inocencia de un niño, parecía chocar contra su mente como un trueno en un cielo despejado.
«¿Qué dijiste?» Su voz salió temblorosa, más baja de lo que esperaba.
«Lo vi», respondió Max, como si hablara de algo completamente normal, mientras seguía comiendo sus cereales. «Entró con su maletín al sótano.»
El corazón de Ellie comenzó a latir desbocado. La señora Jenkins era su vecina amable, una mujer mayor, nunca alguien con quien Eric tuviera motivos para estar. ¿Qué estaba sucediendo?
Las palabras de Max no la dejaban tranquila. La duda se clavó en su mente como una espina, y esa noche le robó el sueño.
Después de acostar a Max, Ellie se abrigó con su abrigo y salió a la fría oscuridad.
«Es una tontería», murmuró para sí misma, pero sus pies no la escuchaban y, sin pensarlo, se dirigió a la casa de la vecina.
La ventana del sótano brillaba débilmente, las huellas de vapor en los cristales delataban el calor interior. Ellie se acercó, frotó con el brazo la humedad y asomó la cabeza.
Su respiración se detuvo al verlo. Eric, sentado en un viejo sofá, con la mirada perdida en su teléfono, como si el mundo a su alrededor no existiera.
La ira comenzó a acumularse en su pecho como una tormenta. Sin pensarlo, fue hacia la puerta del sótano, la abrió de un tirón y bajó las escaleras con pasos firmes.
«¡Eric!» su voz retumbó en el silencio, llena de indignación.
Eric saltó del sofá, el teléfono cayó de sus manos y se estrelló contra el suelo. «¿Ellie? ¿Qué haces aquí?»
«¡Eso debería preguntártelo yo a ti!» lo enfrentó, cruzando los brazos. «Se supone que estás de viaje de negocios, pero ahora te encuentro aquí, en el sótano de nuestra vecina. ¿Qué está pasando?»
Eric la miró, atónito, con la sorpresa escrita en su rostro. «Ellie, no es lo que parece.»
«Entonces, explícame», demandó ella, controlando su furia.
Eric se pasó una mano por el cuello, evitando su mirada, antes de suspirar. «Estoy trabajando en algo… para ti.»
«¿Para mí?» Su voz, cargada de escepticismo, resonó en el aire. «Eso tiene que ser algo muy importante.»
«Es un taller», confesó Eric, finalmente. «Quería hacer un espacio donde pudieras disfrutar de tu pasión por la costura, un lugar solo para ti.»
Ellie parpadeó, sorprendida por sus palabras. «¿Un taller?»
«Quería tenerlo listo antes de decírtelo», explicó. «Por eso no te dije nada. Después del trabajo, venía aquí cada noche a darle forma.»
Ellie miró a su alrededor. Las paredes sin terminar, una máquina de coser brillando en el centro, estantes vacíos esperando llenarse de telas y hilos. No era perfecto, pero la dedicación de Eric era inconfundible.
En ese instante, la puerta del sótano se abrió y la señora Jenkins apareció con una bandeja de galletas recién horneadas.
«Perdón, no quería interrumpir», dijo con una sonrisa amable. «Eric ha puesto tanto empeño en esto. Quería sorprenderte.»
Ellie sintió cómo la rabia se desvanecía. Sus ojos se llenaron de lágrimas y una risa suave escapó de su garganta. «Eres un tonto», murmuró, con la voz mucho más suave.
Eric sonrió, un poco avergonzado. «Lo sé», dijo antes de abrazarla.
En ese momento, Ellie sintió cómo todas sus dudas y temores se disolvían. Recordó por qué se había enamorado de Eric: era el hombre que, sin importar los obstáculos, siempre había estado dispuesto a hacer lo que fuera necesario para cumplir sus sueños.
Esa noche, cuando Ellie regresó a casa, lo hizo con el corazón ligero. La sorpresa había tomado un giro inesperado, pero había creado algo mucho más valioso: un vínculo renovado entre ellos.