Vika vive con su esposo Andrei en una casa espaciosa y pintoresca en el campo, una propiedad que ambos han construido con mucho esfuerzo y dedicación.
El imponente edificio de ladrillo rojo se eleva en dos pisos, rodeado de un jardín que Vika cuida junto a su madre, un verdadero paraíso con flores en pleno florecimiento,
caminos cuidados y varias sendas que conducen a la piscina, la sauna y una acogedora pérgola de madera.
Detrás de la casa, se extiende un espeso bosque de pinos, ofreciendo a la familia tranquilidad y aislamiento, un lugar ideal para el descanso.
Sin embargo, lo que originalmente pensaron que sería su refugio, con el tiempo se ha convertido en una especie de cárcel para Vika, inundada constantemente por una multitud de visitas inesperadas.
Los fines de semana, lejos de ser momentos de descanso, se llenan de amigos y familiares.
Las visitas a menudo son inesperadas, y Vika comienza a sentirse más como la anfitriona de un hotel que como una esposa que quiere disfrutar de su espacio privado en casa.
Está agotada de tener que encargarse constantemente de las necesidades de los invitados, mantener a los niños bajo control y asegurar que el hogar y el jardín se mantengan en buen estado.
No solo son los amigos de Andrei quienes la visitan regularmente, sino también su familia, que a menudo se inmiscuye en sus vidas.
En este caos, la figura de la suegra de Vika, Galina Pavlovna, juega un papel crucial.
Galina, sin tener en cuenta los deseos de Vika, invita constantemente a sus propios familiares, especialmente a su hermana y sus hijos.
Estas visitas se convierten en una carga enorme para Vika, ya que, aunque los niños de su suegra pasan mucho tiempo en su casa, no contribuyen en absoluto a las tareas del hogar.
Es Vika y su madre quienes deben encargarse de cocinar, limpiar y gestionar las responsabilidades del día a día,
mientras que Galina Pavlovna disfruta tranquilamente de su tiempo en una silla mecedora, feliz por la presencia de sus nietos.
El momento decisivo llega cuando Vika se entera de que Galina Pavlovna ha invitado nuevamente a los hijos de su hermana para pasar el verano en su casa, sin pedirle su consentimiento.
Vika se siente completamente traicionada y sorprendida de que su suegra siga tomando decisiones tan importantes sin consultarla.
Ya no puede más con la situación de tener que ser siempre la responsable mientras otros se limitan a descansar.
El agotamiento de Vika y de su madre alcanza su punto máximo. Es demasiado para ambas.
Con determinación, Vika decide que es hora de establecer límites firmes y empezar a poner sus necesidades en primer lugar.
Ya no se va a permitir ser la víctima de las circunstancias y empieza a reclamar el respeto y el espacio que necesita en su propio hogar.
Cuando Andrei menciona, una vez más, que esperan visitas, Vika responde con firmeza. Le deja claro que, de ahora en adelante, nadie será invitado sin su aprobación previa.
Andrei, sorprendido por su actitud decidida, no sabe cómo reaccionar, pero decide no provocar un conflicto. Vika sabe que esta es la única manera de recuperar el control sobre su vida y su hogar.
A partir de ese momento, Vika comienza a rechazar a todos los visitantes no deseados. Cuando es necesario, miente diciendo que ya tienen planes o que están saliendo.
Apaga su teléfono para no recibir las llamadas constantes de amigos y familiares. Se da cuenta de lo liberador que es simplemente decir «no» sin tener que dar explicaciones.
La mayor prueba llega cuando su suegra aparece nuevamente en su puerta, esta vez con la invitación para su hermana y sus hijos, quienes se quedarán todo el verano.
Vika, sin dudarlo, toma una postura firme. Enfrenta a su suegra y le exige que, de ahora en adelante, todas sus decisiones sean consultadas con ella.
Le deja claro que este verano será un tiempo de descanso para su familia y que no aceptará más visitas.
Galina Pavlovna, herida, intenta manipularla emocionalmente con un cúmulo de reproches y gestos dramáticos, siempre interrumpidos por su búsqueda de las «gotas tranquilizantes».
Pero Vika, inquebrantable, no cede. Ya ha tenido suficiente y no está dispuesta a seguir soportando las demandas constantes de los demás.
Con el tiempo, Vika empieza a comunicar sus límites no solo en su hogar, sino también fuera de él.
Los amigos que antes llegaban sin previo aviso ahora deben aceptar respuestas claras y directas de su parte: «Lo siento, ya tenemos otros planes.»
Y si se muestran demasiado insistentes, Vika simplemente dice: «Nos tenemos que ir ya, perdón, pero estamos muy apurados.»
Al principio, se siente culpable por rechazar a los demás, pero con el tiempo se da cuenta de lo bien que se siente al tener tiempo solo para ella y su familia.
Su hogar vuelve a ser el refugio de paz que siempre deseó, sin la constante preocupación de satisfacer las necesidades de los demás.
Finalmente, Vika recupera su libertad personal. Vive en su casa tal como siempre quiso: en paz, sin la presión de complacer a los demás.
Su madre, que la apoyó a lo largo de todo este proceso, está orgullosa de ella.
Le ha enseñado que establecer límites no solo es un acto de afirmación personal, sino también de autocuidado.
Vika ha aprendido que no solo está bien decir «no», sino que es esencial hacerlo para protegerse a sí misma y a su familia.
Y, aunque Galina Pavlovna siga intentado presionarla emocionalmente, Vika permanece firme, sabiendo que ahora tiene el control de su propia vida.