— Lo has hecho de nuevo, todo a tu manera, — la voz de Lidia Petrovna era suave, pero cargada de un reproche silencioso. — Te pedí que no movieras los muebles del salón.
Esta casa es de Vitalij, él debería haberlo sabido.
Olga, de pie junto a la ventana, suspiró profundamente, tratando de no dejarse arrastrar por la ola de frustración que comenzaba a subir por su garganta.
Acababa de regresar del trabajo, agotada y con la sensación de estar al borde del colapso, y las constantes críticas de su suegra se habían convertido en una parte fija de su vida.
— Lidia Petrovna, — comenzó con voz tranquila, intentando mantener la calma, — solo quería hacer la habitación más cómoda. Vitalij estuvo de acuerdo.
— ¿Estuvo de acuerdo? — la suegra levantó una ceja, como si la ironía se filtrara en su mirada. — Siempre consigues que se ponga de tu parte. Vitalij era diferente antes de que os casárais.
Esas palabras fueron como una punzada en el corazón de Olga.
Ya llevaba tiempo sintiendo que su suegra nunca la había aceptado del todo, pero ahora era la primera vez que lo decía tan abiertamente.
Quiso replicar con dureza, pero en ese momento escuchó el sonido de la puerta principal: Vitalij había regresado del trabajo.
Olga se giró hacia él, con una débil esperanza en los ojos, pero él, como siempre, pasó junto a ella sin siquiera mirarla, como si no hubiera escuchado nada.
No le gustaba involucrarse en los conflictos entre su madre y su esposa, y esa actitud solo empeoraba las cosas.
— Vitalij, ¿has visto que moví los muebles? — dijo Olga, tratando de disimular su decepción. — Pensé que te gustaría.
Vitalij echó un vistazo a la habitación, luego miró a Olga y luego a su madre.
Su rostro se volvió serio, pero no dijo nada. Olga sintió cómo algo dentro de ella se rompía. Ya no podía soportar más ese silencio indiferente.
— No estás de su lado, ¿verdad? — le preguntó, mirándolo fijamente a los ojos.
El silencio llenó la habitación como una nube densa. Todo lo que ella había dicho parecía resonar en el aire, sin poder escapar.
Vitalij, que hasta ese momento había evitado tomar partido, se quedó quieto, como si esperara una respuesta que ni él mismo sabía cómo dar.
Finalmente, solo la miró de manera ambigua antes de retirarse a la cocina, como si quisiera escapar de la situación.
Olga se sintió helada. Sus pensamientos giraban sin descanso.
¿Era esto lo único que podía esperar de su relación con Vitalij? ¿Un silencio constante mientras su madre se entrometía cada vez más en sus vidas?
Pasaron los días, y Olga dejó de ocultar su desilusión. Se sentía como una extraña en esa casa, que cada vez más le parecía una prisión.
Lidia Petrovna encontraba siempre algo para criticarla, mientras Vitalij se refugiaba en su neutralidad, sin siquiera intentar intervenir.
Esa indiferencia constante solo intensificaba la soledad que ya sentía.
Una noche, cuando Lidia Petrovna comenzó nuevamente a hablar de los «buenos tiempos» en los que Vitalij «era diferente», Olga no pudo más.
— Tal vez él cambió porque creció y se casó, — respondió con dureza, su voz vibrando con enojo. — Tal vez ya es hora de que lo acepten.
La suegra la miró sorprendida, como si Olga hubiera tocado un terreno desconocido para ella.
— ¿Qué quieres decir con eso? — preguntó Lidia Petrovna lentamente, tratando de comprender lo que acababa de suceder.
— Quiero decir que ustedes no dejan de criticarme, — respondió Olga, sus palabras más cortantes de lo que había planeado.
— Entiendo que eres su madre, pero eso no te da derecho a meterte en nuestra vida.
Vitalij, que hasta ese momento había intentado evitar involucrarse, de repente se interpuso entre las dos mujeres.
— Basta, — dijo con voz calmada pero firme. — Somos una familia, y no voy a permitir que esto destruya nuestra relación.
Olga sintió que las lágrimas le subían a los ojos. Era la primera vez que Vitalij decía algo en su defensa durante todos los meses que habían vivido con su madre.
Las palabras que se habían acumulado dentro de ella durante tanto tiempo finalmente encontraron salida.
— Tienes razón, — dijo finalmente Lidia Petrovna, su voz sonaba cansada y resignada. — Solo quería ayudar, pero parece que lo único que conseguí fue empeorar las cosas.
En ese momento, Olga experimentó una extraña mezcla de alivio y tristeza. Alivio, porque finalmente vio que Vitalij la defendía, y tristeza, porque había tardado tanto en hacerlo.
Siempre había creído que su relación con él era especial, algo diferente, pero ahora se dio cuenta de que eso ya no era lo que ella había esperado.
Sin embargo, algo había cambiado.
Tal vez ese fuera el primer paso hacia un cambio real, hacia una comprensión que no solo se basara en los actos, sino también en las palabras.