Diez años después, en la víspera de Navidad, bajo el resplandor de las luces que cubrían Times Square, Peter se encontraba de pie, envuelto en el frío helado de diciembre, mirando hacia las pantallas brillantes que reflejaban su rostro lleno de recuerdos.
«Estaré aquí, lo prometo», le había dicho a Sally, su primer amor verdadero, mientras bailaban juntos bajo el resplandor de un candelabro en la noche del baile escolar. Sus manos entrelazadas, sus corazones latiendo como si fueran uno solo.
Esa noche fue un torbellino de emociones: risas, música, promesas susurradas y una conexión que parecía eterna. Pero lo que los unió no fue solo un juramento de juventud, sino una promesa grabada en lo más profundo de sus almas.
La vida los separó, los arrastró por caminos opuestos como hojas llevadas por el viento. Sin embargo, en medio de la incertidumbre, quedó una huella imborrable:
«En diez años, en la víspera de Navidad, bajo las luces de Times Square. Estaré allí. Pase lo que pase.»Y allí estaba Peter, después de una década. Rodeado por las luces de neón que brillaban intensamente, pero sin encontrarla.
La multitud pasaba rápidamente, las voces se disolvían en un murmullo lejano, pero él solo podía ver un espacio vacío, el lugar donde ella debería estar.
De repente, la vio: una niña pequeña, no mayor de ocho años, con un paraguas amarillo en la mano. Sus ojos verdes resplandecían en la oscuridad, y sus rizos caían como una cascada sobre sus hombros.
«¿Eres Peter?», preguntó con una voz suave, casi un susurro.Peter, con el corazón acelerado, asintió. «Sí… sí, soy yo. ¿Quién eres tú?»»Me llamo Betty. Mamá me dijo que te encontraría aquí.»El mundo parecía detenerse. «¿Tu… mamá? ¿Sally?»
Betty bajó la mirada, apretó el paraguas con fuerza. «Mamá murió hace dos años.»Esas palabras golpearon a Peter con la fuerza de un rayo. El bullicio del Times Square se desvaneció, como si la ciudad misma hubiera guardado silencio.
La sensación de frío aumentó y, por un momento, solo existió el eco de esa verdad tan amarga.Detrás de Betty, aparecieron un hombre y una mujer mayores. El hombre, con cabello plateado, la mujer con ojos cálidos pero llenos de tristeza.
«Peter», dijo el hombre, su voz temblando. «Soy Felix, el padre de Sally. Esta es mi esposa. Hemos escuchado tanto sobre ti.»Peter negó con la cabeza, las lágrimas comenzaron a arder en sus ojos. «¿Por qué nunca me escribió? ¿Por qué no me dijo nada?»
La mujer de Felix dio un paso adelante, sus manos entrelazadas con delicadeza. «Sally no quería que te sintieras cargado con todo eso. Sabía que cuidabas de tu madre enferma. Pensaba que ya habías seguido con tu vida, y no quería que te sintieras atado.»
Betty dio un paso más cerca, su pequeña mano tocó suavemente el brazo de Peter. «Mamá dijo que tú la amabas más que a nada en el mundo. Y que cumplirías siempre esa promesa.»
Peter se arrodilló, tomó las manos de Betty entre las suyas y las lágrimas comenzaron a caer. «Nunca dejé de amarla. Y siempre te amaré, Betty.»La esposa de Felix le entregó a Peter un cuaderno viejo y desgastado,
con el nombre de Sally inscrito en la portada en una caligrafía cuidadosa.»Lo escribió para ti», dijo suavemente. «Sus pensamientos, sus sueños, su amor… todo está aquí.»
Peter abrió el cuaderno, sus manos temblorosas. En cada página danzaban las palabras de Sally, como ecos de una vida que nunca vivieron juntos. Entre las páginas, encontró una fotografía antigua: él y Sally, sonriendo, jóvenes, con el mundo a sus pies.
Los meses que siguieron fueron un renacer para Peter. Recibió a Betty en su hogar, y su vida se llenó de risas y cuentos. Cada noche le contaba historias de Sally: su valentía, su amor incondicional y la fe inquebrantable que tenía en el juramento que se hicieron.
En la víspera de Navidad siguiente, Peter y Betty visitaron la tumba de Sally. Un ramo de rosas amarillas descansaba sobre la nieve, intacto.»Mamá decía que el amarillo es el color de los nuevos comienzos», susurró Betty.
Peter asintió, con la voz suave pero llena de firmeza. «Ella tenía razón. Y estaría tan orgullosa de ti.»Bajo el cielo gris y frío del invierno, Peter comprendió algo profundo: aunque había perdido a Sally, su amor seguía vivo en Betty.
La historia de ellos no era solo de pérdida, sino de amor. Un amor que había sobrevivido al tiempo, la distancia e incluso la muerte. Y mientras Peter sostenía la mano de Betty,
sabía que la promesa que alguna vez hicieron bajo las luces titilantes de esa noche nunca se rompió.Solo había encontrado una nueva forma de empezar.