Rita y Vlad vivían una vida tranquila, que de repente y de manera inesperada se desmoronó por completo.
Hace tres años, cuando Rita acababa de terminar la universidad y había comenzado su trabajo, conoció a Vlad.
Él era un compañero simpático del despacho de al lado, que empezó a aparecer constantemente en sus pasillos. Poco a poco, nació entre ellos una relación sencilla y sin complicaciones.
Después de un tiempo, decidieron casarse y su boda fue pequeña, pero llena de amor. Tras la luna de miel en Italia, se mudaron a un acogedor apartamento que Vlad había heredado de su abuela.
Su vida parecía perfecta: sencilla, pero feliz. Para Navidad, los padres de Rita le regalaron un coche nuevo y ambos esperaban con ansias la llegada de su primer hijo.
Cuando Maxim nació, fue un bebé tranquilo y saludable, lo que hizo que Rita se sintiera aún más realizada como madre.
Aunque los primeros meses fueron agotadores, la felicidad de tener a su hijo hizo que todo valiera la pena.
Sin embargo, después del nacimiento de Maxim, Vlad comenzó a cambiar. Se volvió más distante y reservado.
Sus llegadas tarde se volvieron habituales y su paciencia se agotaba rápidamente. A veces, cualquier pequeño detalle como la comida o una camisa mal planchada era suficiente para que se irritara.
Rita trató de no darle demasiada importancia, pensando que solo estaba cansado del trabajo. Soñaba con un descanso, con unas vacaciones en la playa para poder relajarse como familia.
Pero una noche, todo cambió. Vlad llegó a casa y, de manera fría y sin ningún tipo de explicación, le dijo que la echaba a ella y a Maxim fuera del apartamento.
Rita, atónita y desconcertada, apenas pudo asimilar lo que sucedía. Tomó lo esencial, cogió a Maxim en brazos y salió del hogar que había compartido con él.
Vlad permaneció en silencio, su mano temblaba al golpear la mesa. Rita, tratando de no despertar a su hijo, se retiró a su habitación mientras pensaba qué hacer.
¿A dónde iría? No tenía familia cerca, y la ciudad le parecía un lugar vacío en ese momento. Su único plan era ir a la estación de trenes, con la esperanza de conseguir un billete para un tren por la mañana.
En ese instante, apareció Irina Alexandrovna, la abuela de Vlad. Era la última persona que Rita esperaba ver, pero Irina llegó con firmeza, decidida a no dejar que Rita tomara decisiones impulsivas.
«¿Estás loca? ¿Adónde piensas ir?», exclamó Irina, sorprendida de que Rita estuviera dispuesta a huir sin buscar explicaciones de Vlad.
«Él me ha echado. ¿Qué se supone que debo hacer?», respondió Rita, entre lágrimas.
Irina la miró por un largo momento y luego, con calma, dijo: «No te vayas. Quédate conmigo».
Aunque Rita dudó al principio, finalmente aceptó la oferta de Irina. La abuela de Vlad sabía sobre la nueva relación de él, que llevaba meses en marcha.
Le explicó a Rita que Vlad nunca la había respetado realmente, que ella solo había sido una etapa más en su vida.
Irina entendía lo que significaba ser abandonada por un hombre, ya que ella misma había pasado por algo similar cuando era joven, después de una difícil separación, con un niño pequeño y sin un techo bajo el que cobijarse.
Irina era una mujer fuerte que había superado tiempos muy difíciles.
Había tenido que enfrentar la vida sola cuando, a los 18 años, tras casarse con el abuelo de Vlad, se encontró en Siberia, en un lugar lejano, sin apoyo familiar y con un bebé en brazos.
Pero con el tiempo, logró reconstruir su vida, encontrar trabajo y estabilidad. Y ahora quería hacer lo mismo por Rita.
«Vlad es como su abuelo. Siempre lo supe», dijo Irina con convicción. «Repite los mismos errores. No puedes volver con él. Él ha cambiado, y tú debes seguir adelante. No puedes quedarte atrapada en el pasado.»
El apoyo de Irina fue un rayo de luz en medio de la oscuridad que envolvía a Rita.
Irina la llevó al notario, donde la propiedad en la que Rita y Vlad habían vivido fue transferida a su nombre.
Irina estaba decidida a asegurarse de que Rita tuviera todo lo que necesitaba: apoyo emocional, financiero y la certeza de que no estaría sola.
Le prometió que Maxim nunca carecería de nada y que ella siempre estaría allí para apoyarla.
Quería que Rita volviera a creer en sí misma, que viviera con la esperanza de un futuro mejor, y algún día, que pudiera volver a amar sin las sombras del pasado.
«Vas a salir de esto», le dijo Irina. «Eres más fuerte de lo que piensas.»
Aunque Rita pasaba por una tormenta emocional, comprendió que Irina tenía razón. El tiempo sanaría las heridas, y debía concentrarse en el futuro, no en lo que había quedado atrás.
Irina habló con Vlad, quien intentó regresar al apartamento, pero Irina le dejó claro que ya no tenía derecho a estar allí. «Este lugar ya no es tuyo», le dijo con firmeza.
Al final, fue Irina quien le dio a Rita y a Maxim una nueva oportunidad. Le ofreció el apoyo que nadie más había ofrecido, dándoles una razón para seguir adelante.
«Lo lograrás», le dijo Irina. «Serás más fuerte de lo que imaginas.»
Rita sabía que el camino sería largo, pero con la ayuda de Irina, se sintió preparada para empezar una nueva vida, por ella y por Maxim.