Kathy nunca imaginó que su carrera como estilista sería la causa de tensiones en su relación, especialmente con Stan.
Cuando se conocieron, provenían de mundos completamente diferentes.
Ella había tenido que luchar por cada paso en la vida, mientras que Stan venía de una familia académica y estudiaba en la prestigiosa Facultad de Derecho de Yale.
A pesar de todo, su conexión parecía prometedora desde el principio, y ambos se enamoraron.
Sin embargo, pronto se reveló que la actitud de Stan hacia su elección profesional pondría a prueba la relación de manera significativa.
El camino de Kathy en el mundo de la moda comenzó cuando, a los 16 años, tuvo que asumir la responsabilidad de su familia. Su padre se había ido a Europa, dejándola a ella con una madre enferma.
Como la hija mayor, Kathy no solo debía cuidar de su madre, sino también asegurarse de que ella misma pudiera salir adelante.
Encontró trabajo en un salón de belleza, donde empezó haciendo tareas simples, como lavar el cabello y barrer el suelo.
Pero Kathy tenía una visión clara de su futuro y una determinación férrea para lograr más.
Con el tiempo, perfeccionó su oficio y, gracias a su arduo trabajo y pasión, ascendió rápidamente.
Ganó la confianza de numerosos clientes exitosos, muchos de los cuales pertenecían a la alta sociedad.
Kathy había construido su reputación a pulso y pronto se convirtió en una de las estilistas más solicitadas de la ciudad.
Fue en esta etapa de su vida cuando conoció a Stan. Él era encantador, inteligente y provenía de un entorno privilegiado, lo que dejó una gran impresión en Kathy.
Sin embargo, a medida que ella avanzaba en su carrera, Stan empezó a cuestionar cada vez más sus logros y su éxito.
No entendía por qué Kathy ponía tanto esfuerzo en su trabajo. Para él, su carrera como estilista parecía algo trivial. Comenzaron a surgir comentarios despectivos sobre su profesión.
Al principio, Kathy ignoró esos comentarios, pero conforme se repetían, cada vez le resultaba más difícil pasarlos por alto.
Stan comenzó a dejar claro, de manera sutil, que no valoraba su trabajo. En los eventos sociales, prefería evitar hablar de su empleo. Y cuando lo hacía, lo mencionaba con una clara indiferencia.
Se sentía orgulloso de sus logros académicos y parecía creer que ser estilista no requería ningún tipo de esfuerzo intelectual. Era como si la viera como alguien «menos intelectual».
La relación entre ambos comenzó a cambiar. Kathy sentía que el respeto que le profesaba a Stan no era correspondido.
Esto se hizo especialmente evidente cuando fueron invitados a una cena con sus amigos, un grupo de graduados de Yale.
Las conversaciones giraban en torno a temas académicos, de los cuales Kathy no entendía nada.
Se sentía como una extraña en ese entorno, pero lo que realmente la lastimó no fue solo eso.
En medio de una conversación sobre un tema actual, uno de los amigos de Stan le preguntó a Kathy su opinión.
Pero antes de que pudiera responder, Stan la interrumpió: «Oh, no te molestes en preguntarle, a ella no le interesan esas cosas», dijo con una sonrisa burlona.
«Es solo una estilista. No entiende de esas cosas, ¿verdad, cariño?»
Esas palabras hicieron que Kathy se sintiera devastada. No solo por el insulto, sino por el tono con el que lo dijo.
En ese momento, Kathy se dio cuenta de que no solo estaba herida, sino completamente incomprendida.
Este fue el punto de inflexión. No solo se trataba de ese comentario, sino de la visión que Stan tenía de su trabajo.
Kathy comenzó a preguntarse si realmente había espacio para el respeto y la apreciación mutua en esa relación.
Al día siguiente, mientras trabajaba en el salón, tuvo una idea. Decidió mostrarle a Stan el verdadero valor de su profesión y cómo era profundamente respetada por sus clientes.
Muchas de sus clientas eran mujeres exitosas: empresarias, artistas e influyentes figuras que admiraban su talento. Kathy decidió organizar una cena especial, donde Stan pudiera conocer a estas mujeres impresionantes.
Estaba segura de que, al hablar con ellas, su visión sobre su trabajo cambiaría.
Cuando lo invitó, le dijo que sería una reunión informal con algunas amigas. Stan aceptó sin saber lo que le esperaba.
Esa noche, al entrar en la habitación, Stan se encontró rodeado de mujeres exitosas, seguras de sí mismas e inteligentes.
Kathy había reunido a sus mejores clientas: mujeres excepcionales tanto en su vida profesional como personal.
A medida que avanzaba la noche, Stan se iba sintiendo más impresionado, pero también cada vez más incómodo.
Las conversaciones no solo trataban sobre moda y belleza, sino también sobre la inteligencia y el arte detrás del trabajo que Kathy realizaba.
Stan comenzó a darse cuenta de que había subestimado por completo su profesión.
El clímax de la velada llegó cuando una de las empresarias más conocidas le agradeció públicamente a Kathy por la confianza que había generado en ella con su trabajo.
Pero la verdadera sorpresa llegó cuando Stan descubrió que una de las mujeres con las que había estado conversando era su propia jefa, la señora Williams.
Esta influyente mujer de negocios era una clienta habitual de Kathy.
De repente, Stan quiso presentarse ante ella como si esa cena fuera su oportunidad para conseguir una promoción.
Kathy, que ya había entendido la situación, decidió darle una lección. Con una sonrisa irónica, lo presentó al grupo, de la misma manera en que él la había presentado en su cena con sus amigos.
Stan se quedó atónito y la apartó para reprocharle que lo había humillado a propósito.
Kathy, tranquila, le explicó que solo quería mostrarle cómo se sintió ella en la cena con sus amigos. No era venganza, sino una lección de empatía.
Días después, Stan la llamó para disculparse.
Sin embargo, para ese momento, Kathy ya había cambiado su perspectiva.
Aunque sabía que Stan tenía buenas intenciones, ya no podía ignorar la falta de respeto que le había mostrado durante tanto tiempo.
No veía un futuro junto a alguien que la había despreciado de esa manera.
Tras reflexionar, Kathy decidió devolverle el anillo de compromiso. Estaba dispuesta a empezar de nuevo, esta vez sin alguien que no valorara sus sueños y esfuerzos.
Sabía que merecía algo más: una relación basada en el respeto y la valoración mutuos.