„Tu abuela, pero el apartamento es nuestro territorio!“

ENTRETENIMIENTO

Maxim fue despertado de un sueño profundo en medio de la noche por una llamada telefónica.

Era Tatjana, su vecina.

Su voz sonaba preocupada, temblorosa, mientras le contaba que había escuchado ruidos extraños provenientes de su apartamento, lo que la hacía pensar que alguien había irrumpido en él.

Mencionó que había oído la puerta de su vivienda cerrarse de golpe, y aunque al principio creyó que era producto de su imaginación, ahora estaba segura de que algo no estaba bien.

Tatjana le preguntó si debía llamar a la policía. Maxim, aún medio dormido y confundido, trataba de entender la situación.

Las palabras de su vecina llegaban a sus oídos de manera difusa mientras se levantaba apresuradamente de la cama.

Sonja, su esposa, no se movió en absoluto mientras él se deslizaba en silencio junto a ella para ponerse la chaqueta.

Era tarde, demasiado tarde para que algo tan perturbador sucediera, pero Maxim sabía que debía actuar de inmediato.

Tatjana le explicó que no estaba segura si los ruidos venían de ladrones o si tal vez algún familiar suyo, que tenía llaves, había entrado.

Se preocupaba por la posibilidad de que alguien hubiera forzado la puerta para entrar en su casa vacía.

Maxim le prometió que llamaría a la policía, pero tenía la sensación de que aquello podría ser algo distinto de lo que ella pensaba.

Al salir de su apartamento, Maxim empezó a darse cuenta de que no había señales claras de un robo. Tal vez era solo un malentendido, pero la idea seguía rondando en su mente, negándose a irse.

Cuando llegó cerca de su edificio, vio las luces azules de un coche de policía cortando la oscuridad.

Tatjana estaba de pie, nerviosa, junto a la puerta, sus ojos abiertos de par en par, llenos de ansiedad.

“¿Han encontrado algo?” preguntó Maxim, mientras se acercaba al resplandor de las luces.

“Todavía no” –respondió el policía, un hombre mayor con una mirada seria. “Pero parece que alguien pudo haber entrado usando una llave. No hay señales de que hayan roto la puerta.”

Maxim sintió cómo una ola de frío lo invadía. ¿Una llave? Pero, ¿quién tenía acceso a su apartamento? Solo él y su familia tenían llaves, y nadie le había dicho que pensaban entrar.

Un escalofrío le recorrió la espalda al pensar en su madre y su tío, quienes siempre se entrometían en los asuntos de la abuela y su apartamento.

“También podrían ser familiares que tienen una copia de la llave” –comentó el policía pensativo. “Pero si alguien entra sin permiso, sigue siendo un robo.”

Maxim avanzó hacia la puerta de su apartamento, incapaz de deshacerse de la sensación de incomodidad que lo invadía. Al llegar, dudó por un momento. ¿Debería entrar? ¿O mejor esperar a la policía?

De repente, una voz se oyó desde dentro: “Maxim, ¿realmente es tu apartamento?” era su madre, que estaba dentro con su tío.

“Sí,” respondió Maxim, “tengo la llave. ¿Por qué están aquí?”

La respuesta fue casi inmediata: “¡Porque lo has tomado todo, Maxim! ¡Todo lo que nos pertenecía ahora es tuyo!” La voz de su madre sonaba furiosa, casi desesperada.

“¡No eres el único que tiene derecho a este apartamento! ¡Nosotros siempre nos ocupamos de la abuela, y ahora, cuando ya es tarde, te has quedado con todo lo que nos corresponde!”

Maxim sintió como si lo hubieran golpeado con un martillo.

Las palabras de su madre lo impactaron profundamente. Sabía que su relación con ella nunca había sido fácil, pero ahora, cuando se trataba del apartamento, todo se había intensificado.

Él fue quien cuidó de la abuela cuando ella se volvió más débil. Fue él quien organizó su atención médica, pagó las facturas y se encargó de su bienestar.

Sin embargo, su madre y su tío, que a menudo estaban demasiado ocupados para preocuparse realmente por ella, ahora se sentían desplazados. Habían venido a reclamar su parte de la herencia.

“¡Este es mi legado!” –dijo Maxim con firmeza, aunque sabía que esta conversación no terminaría ahí. “Fui yo quien cuidó de la abuela, yo estuve a su lado.

Ustedes nunca se preocuparon realmente por ella, así que dejen de echarme la culpa.”

Pero su madre no lo dejaba. “¡No cuidaste a la abuela por ella, lo hiciste porque querías heredar algo de ella! ¡Te lo has quedado todo, Maxim, y ahora se trata de lo que nos prometiste!”

Maxim sabía que no podía seguir participando en ese juego. No quería que le arrebataran todo lo que había logrado con esfuerzo.

Había comprado un apartamento, lo había hecho todo por sí mismo, pero ahora tenía que compartirlo con personas que nunca realmente estuvieron a su lado.

“¡Voy a abrir esta puerta!” –gritó Maxim. “Si no salen, ¡la romperé!”

“¡No romperás nada, Maxim!” –gritó su madre. “¡Este no es tu hogar, es nuestra herencia!”

Maxim respiró hondo y negó con la cabeza. Sabía que ya no podía contar con su familia. Su comportamiento era repugnante, y las discusiones sobre la herencia solo empeoraban las cosas.

Ya no aguantaría más. Pero, en lo más profundo de su ser, sabía que tenía que tomar una decisión difícil. ¿Debería realmente compartir todo lo que tenía? ¿Debería ceder?

Sonja, que había permanecido en silencio a su lado todo el tiempo, se giró hacia él y le susurró: “No tienes que compartirlo todo, Maxim. Tienes razón. Tú cuidaste de la abuela, y lo que tienes lo has ganado tú.”

Maxim la miró y asintió lentamente con la cabeza. No permitiría que le arrebataran todo. Pero también sabía que esta batalla no había terminado. Su familia no iba a rendirse tan fácilmente.

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