Keith conducía su autobús por las animadas calles de la ciudad, donde el bullicio y el ritmo de la vida se sentían en cada rincón. Esta ruta en particular tenía un lugar especial en su corazón.
Sin embargo, cuando una joven madre subió al autobús con su bebé en brazos, un leve pero malicioso sorriso apareció en su rostro.
Pensó para sí mismo: “Los bebés son como una caja de sorpresas”. Y, en medio de la caótica hora punta, no podía soportar la idea de que el llanto de un niño rompiera el bullicio del autobús.
La mujer encontró un asiento libre y, con un gesto tierno, comenzó a mecer a su pequeño. “Eso debería callarlo”, murmuró Keith, con una dosis de sarcasmo en su voz.
Pero, al mirar por el retrovisor cuando el semáforo se puso en rojo, algo que no esperaba llamó su atención: la joven estaba amamantando a su hijo.
Una oleada de ira y confusión invadió a Keith, como si un vendaval lo hubiera golpeado. “¡Eh, señora! ¡No puede hacer eso aquí!” gritó, con la cara roja de indignación.
“Claro que puedo, estoy alimentando a mi hijo”, respondió ella, con una seguridad que lo dejó sin palabras.
Keith no sabía cómo reaccionar. Notó que algunos pasajeros observaban la escena con sonrisas divertidas, lo que solo alimentó su desprecio hacia la mujer.
“Estas criaturas piensan que tienen derecho a todo y ahora, encima, nos muestran los pechos”, murmuró, mientras las risas suaves se propagaban por el autobús.
La madre intentaba cubrirse con una manta, mientras Keith se sentía atrapado en un torbellino de resentimientos.
Sin embargo, su tormenta interna fue interrumpida abruptamente cuando sus ojos se posaron sobre un hombre en silla de ruedas que esperaba pacientemente.
El reconocimiento llegó como un golpe al estómago: era su hijo Daniel, a quien no veía desde hacía años.
“¿DANIEL?” exclamó Keith, con la incredulidad reflejada en su voz. La mujer que había juzgado tan duramente era, en realidad, su nuera, y el pequeño en sus brazos era su propio nieto.
El choque lo desestabilizó por completo, mientras un torbellino de emociones invadía su corazón.
El pasado se desmoronó en su mente. Recordó cuando se enamoró de Sarah, cuando todo parecía posible. Pero, al enterarse de que ella estaba embarazada, su mundo se desplomó.
No estaba preparado para ser padre, y la búsqueda de dinero fácil lo llevó por el camino de la delincuencia.
Dejó atrás todo por Sarah, pero la cárcel fue lo único que encontró. La condena lo separó de su familia, y la culpa de haberla arrastrado a la oscuridad lo carcomía por dentro.
Volviendo al presente, rodeado por las miradas curiosas de los pasajeros, Keith se dio cuenta de que necesitaba un cambio.
Las imágenes de su amor perdido y el futuro que había soñado con Sarah se desvanecían, eclipsadas por una culpa insoportable.
“No puedo permitir que mi nieto crezca sin su padre”, decidió, sintiendo una nueva determinación ardiendo dentro de él. “Haré lo que sea necesario para recuperar a mi familia.”
En ese momento, la joven madre a la que había despreciado tanto, se convirtió en un faro de esperanza, la luz que pensaba haber perdido para siempre.
Sabía que tenía que enfrentarse a sus demonios y trabajar para ser un hombre mejor.
A medida que el autobús hacía cada parada, la resolución de Keith crecía. Sabía que este viaje no solo era físico, sino también una expedición interna que lo llevaría a encontrarse con su familia.
Cuando finalmente llegó a su destino, se sintió lleno de propósito. “Voy a cambiar mi vida, por ellos”, susurró para sí mismo, con una chispa renovada de esperanza.
Con un renovado sentido de determinación, Keith bajó del autobús. El pasado había quedado atrás, y ante él se abría un futuro lleno de nuevas posibilidades.
Estaba listo para luchar por lo que realmente importaba: el amor y la familia que estaba decidido a recuperar.