„Pareja en el avión exige que cubra mi rostro, alegando que mis cicatrices ‘les asustan’ – ¡pero la azafata y el capitán los pusieron en su lugar al instante!“

ENTRETENIMIENTO

Carla subió al avión y, en cuanto lo hizo, sintió como si todos los ojos estuvieran fijos en ella.

Las cicatrices curativas en su rostro, que ahora veía todos los días, se habían convertido en un compañero constante, una parte ineludible de su identidad.

El accidente, ocurrido hace un mes, había dejado profundas marcas en su piel. Un choque de automóvil en el que los airbags se activaron y un trozo de cristal rasgó su mejilla.

A pesar de la pronta atención médica, permaneció una cicatriz prominente y brillante que se extendía desde su frente, pasando por su ceja, su pómulo y bajando hasta su mentón.

Una parte de su ceja nunca volvería a crecer, y en una sección de su rostro había una pequeña hendidura, el sitio donde la herida fue más profunda.

Las primeras semanas tuvo que mirarse al espejo mientras su piel sanaba lentamente, con las cicatrices aún frescas y ardientes.

Pero incluso cuando los vendajes fueron retirados, no podía evitar notar cómo la gente la observaba ahora. Ya no veían a Carla, solo veían su cicatriz.

El vuelo parecía convertirse en una especie de prueba. La atmósfera en el aeropuerto era fría, casi como si pudiera sentir las miradas de los pasajeros.

Sujeta firmemente sus boletos, como si fueran la única ancla en un momento de total incertidumbre.

Cuando encontró su asiento en el avión y se acomodó junto a la ventana, intentó escapar del silencio incómodo poniéndose los auriculares y escuchando música.

Pero no le ofreció tranquilidad. Apenas había ajustado su cinturón de seguridad cuando escuchó las voces fuertes de una pareja detrás de ella.

El hombre se quejaba en voz alta sobre los asientos, pero pronto su tono cambió y se dirigió directamente a Carla.

“¿No puedes cubrirte eso?” murmuró, mirándola fijamente. Carla sintió cómo su rostro se encendía mientras intentaba evitar su mirada.

“¡Qué asco! ¿Cómo pudieron dejarla embarcar?” escuchó a la mujer decir, con una expresión de repugnancia que lo acompañaba.

Carla se sintió atrapada en una mezcla de ira y vergüenza. Su garganta se tensó mientras trataba de organizar sus pensamientos.

Quería explicarles que ella no había elegido vivir con esa cicatriz, que era un recordatorio de algo que no podía cambiar.

Pero su voz la traicionó, las palabras simplemente no salían.

La mujer comenzó a llamar a la azafata, y el hombre señalaba hacia Carla. “¿Qué es esto? ¡Está ahí sentada mirando hacia nosotros como si fuera normal!”

La azafata se acercó rápidamente, con una expresión seria pero no grosera.

Escuchó las quejas de la pareja y luego se dirigió a Carla para asegurarse de que estuviera bien.

“Le pediré que baje su tono, señor,” dijo con calma, mirando luego a la pareja. “Este comportamiento no es aceptable, y le voy a pedir que cambien de lugar.”

La pareja estaba indignada. El hombre protestaba ruidosamente, mientras la mujer ponía los ojos en blanco. Pero la azafata permaneció tranquila y les pidió que abandonaran esa zona.

Carla observó cómo se alejaban por el pasillo con evidente descontento. Pero antes de que se fueran, escuchó cómo algunos pasajeros comenzaban a aplaudir. Al principio vacilantes, luego con más fuerza.

Era una ovación que no había anticipado, y que de repente despertó una calidez en su interior, una sensación de reconocimiento que no había sentido en mucho tiempo.

La azafata se acercó nuevamente, y su rostro se suavizó cuando se disculpó.

«Lamento mucho que hayas tenido que pasar por eso», dijo con una compasión que Carla no esperaba. «Me gustaría ofrecerte una mejora de clase a business, si te parece bien.»

Carla dudó un momento, no quería ser una carga. Pero luego asintió y siguió a la azafata. En business class, se acomodó y respiró profundamente.

Al mirar por la ventana, observó cómo las nubes se deslizaban lentamente, como una suave banda blanca a través del cielo. Ese momento de calma se sintió como una pequeña victoria.

Recibió una taza de café y se dejó envolver por la ternura del instante.

Las nubes se expandieron hasta desaparecer en la inmensidad, y en ese momento, permitió que las lágrimas, que había retenido durante tanto tiempo, fluyeran sin restricción.

Pero esta vez no eran lágrimas de vergüenza. Eran lágrimas de alivio, de aceptación y de una esperanza que creía perdida.

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