Todos los jueves, mi suegra salía y volvía con un olor terrible

ENTRETENIMIENTO

Descubriendo la Verdad: Una Mirada a la Vida Oculta de Cordelia
Se dice que el verdadero carácter de una persona solo se revela cuando se vive a su lado. Creía haber comprendido bien a mi suegra, Cordelia, hasta que un día decidí seguirla discretamente. Lo que descubrí no era un simple secreto; era una bomba de tiempo a punto de estallar, amenazando con transformar nuestra existencia tranquila en un verdadero caos.

Mi vida, hasta ese momento, seguía un ritmo armonioso, moldeada por la libertad de ser diseñadora gráfica freelance. La flexibilidad de mi trabajo me permitía pasar la mayor parte del tiempo en casa, mientras mi esposo, Xander, abogado en una de las mejores firmas de la ciudad, pasaba largas horas en la oficina. Nuestros días estaban llenos de cenas tranquilas y fines de semana repletos de paseos pequeños o noches de cine acogedoras.

Sin embargo, todo cambió con la muerte del esposo de Cordelia. Una noche, su voz frágil al teléfono, repleta de desesperación, pidió nuestra ayuda. “Olive, no puedo enfrentar esto sola”, sollozó. “La casa está tan vacía, tan oscura… Necesito de ustedes.”

Xander y yo intercambiamos miradas y, sin dudar, decidimos acogerla. Parecía la decisión correcta ofrecer apoyo a alguien que, tras cuatro décadas de matrimonio, se encontraba sola. No obstante, nunca imaginé que esa elección nos arrastraría a un torbellino de secretos y mentiras.

Cordelia, que antes irradiaba vitalidad, ahora se había convertido en una sombra de sí misma. Desde la primera noche, algo parecía estar mal. Una tensión invisible flotaba en el aire. Cada jueves por la mañana, ella salía de casa muy temprano, regresando solo por la noche, cuando la oscuridad ya se había instalado sobre la ciudad. Un olor extraño y nauseabundo impregnaba su abrigo, un hedor repugnante que me dejaba el corazón en un puño.

“Mamá, ¿dónde has estado hoy?” preguntó Xander una de esas noches, cuando ella entró a la cocina, sin intercambiar muchas palabras y evitando la mirada. Yo estaba en la estufa, removiendo una sopa, luchando por ocultar mi creciente preocupación.

“Solo salí con viejos amigos”, murmuró, forzando una sonrisa.

“¿Y todos los jueves? Debe ser un grupo muy especial”, respondí, arqueando una ceja.

Ella mantuvo mi mirada por un instante antes de encoger los hombros. “Es bueno recordar los viejos tiempos.”

Pero aquel hedor en el aire me hacía dudar de su sinceridad.

Una noche, impulsada por la inquietud, dejé caer mi taza de café de forma intencionadamente ruidosa sobre la mesa. “Xander, ¿dónde estaba realmente tu madre?”

Él parpadeó, aún adormilado. “¿Qué quieres decir?”

“Sus historias. Parece que está ocultando algo”, susurré.

Él suspiró, girándose de lado. “Quizás sea su manera de lidiar con el duelo, Olive. Dale tiempo.”

Pero no podía simplemente quedarme mirando mientras ella se hundía en ese abismo. En un jueves cualquiera, al ver el sol ponerse detrás de los edificios, tomé coraje y decidí seguir sus pasos.

Esperé a que ella saliera de casa y, silenciosamente, la seguí. Mi corazón latía con fuerza mientras me movía en la oscuridad, decidida a desentrañar el misterio.

Entonces – no podía creer lo que veía. Cordelia entró en un edificio en ruinas, que parecía a punto de colapsar en cualquier momento. Dudando, empujé la puerta y entré. El aire estaba cargado, repleto de risas y voces.

Lo que presencié hizo que mi corazón se detuviera: un casino clandestino escondido. El ambiente mal iluminado estaba impregnado de humo y desesperación. Cordelia estaba sentada en la mesa, rodeada de rostros desconocidos, todos absortos en las cartas. Sus manos temblaban mientras apostaba fichas y dinero, como si su felicidad dependiera de esa noche.

Quedé paralizada, incapaz de actuar o pronunciar una palabra. ¿Cuánto tiempo había vivido esta vida oculta? Me sentía como una intrusa en un drama que no podía interrumpir.

A la mañana siguiente, la enfrenté. “Cordelia, ¿dónde estabas anoche?”

Ella me miró como si la hubieran sacado de una pesadilla. “Yo… estaba con amigos.”

“Eso es una mentira”, dije con firmeza. “Te seguí. Estabas en un casino.”

Su rostro se volvió pálido, y las lágrimas llenaron sus ojos. “Por favor, Olive, no puedo más… He perdido todo. No sabía cómo decírselo.”

“Ese no es el camino, Cordelia”, respondí, con el corazón roto por su dolor. “Te acogimos porque te amamos, no para apoyar tu adicción.”

Xander, que había escuchado en silencio, explotó de repente. “¿Cómo pudiste hacernos esto? ¡Queríamos estar a tu lado!”

Cordelia se derrumbó en lágrimas. “Pensé que podría controlarlo… Solo quería volver a los tiempos en que todo estaba bien.”

Vi el dolor consumirla, y eso me rompió el corazón. “Todavía hay tiempo, Cordelia. Necesitas ayuda antes de que sea demasiado tarde.”

Esa noche, mientras nos acostábamos, no pude contener la tristeza y la frustración. “Xander”, susurré, “necesitamos actuar.”

Él asintió lentamente, y decidimos ayudar a Cordelia, cueste lo que cueste.

El siguiente jueves, le entregué una suma significativa de dinero y observé mientras ella miraba el dinero, atónita. “Esto es la última vez”, dije con firmeza. “O buscas ayuda, o no serás más parte de nuestra familia.”

La decisión estaba en sus manos. Y mientras la miraba, sabía que estábamos a punto de enfrentar un camino largo y difícil.

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