¡No solo desapareció el dinero, sino también la esperanza!

ENTRETENIMIENTO

Cuando me casé con Roberto, creí que juntos formaríamos una familia feliz. Nuestra primera hija, María, era el sueño hecho realidad: delicada, tranquila, maravillosa.

Pero Roberto, en lugar de disfrutar de la paternidad, empezaba a desaparecer cada vez más en el bar cercano. Al principio decía que era para “desestresarse”, pero luego dejó de dar explicaciones.

Poco después, descubrí que estaba embarazada de gemelos.

Sentí una mezcla de emociones: por un lado, alegría por la llegada de más hijos, pero por otro, miedo de cómo iba a manejarme con tres niños y un marido incapaz de asumir el rol de padre.

Con cada día que pasaba, la situación empeoraba. Roberto bebía todo lo que encontraba. Primero fueron nuestros ahorros destinados a la llegada de los bebés, luego comenzó a empeñar los objetos de la casa.

Un día regresé a casa y noté que el televisor había desaparecido. Me sentí completamente perdida. Al día siguiente, el cochecito de María también había desaparecido.

Intenté hablar con él, pero cada conversación terminaba en gritos. Roberto decía que eran “problemas temporales” y que yo era demasiado “rígida” y “exagerada”.

En mi mente me debatía – ¿cómo pude permitir que las cosas llegaran a este punto?

La decisión que lo cambió todo

Un día, Roberto regresó a casa completamente borracho.

María lloraba en mis brazos mientras intentaba calmarla cantándole una canción de cuna.

Cuando Roberto entró en la habitación, comenzó a gritar de inmediato que “esta no era una casa de luto” y que no tenía derecho a “fastidiarle”. Intenté calmarlo, pero con cada palabra, él se volvía más agresivo.

En ese momento entendí que ya no podía seguir así. No podía permitir que mis hijos crecieran en un ambiente como ese. A la mañana siguiente, empaqué algunas cosas y me fui a casa de mi madre.

La confrontación que temía

Tres días después, Roberto apareció en mi puerta. Estaba sobrio, pero solo porque no tenía dinero para comprar alcohol. Gritaba que regresara a casa de inmediato, o haría algo que lamentaría.

Pero esta vez no cedí. Le dije que no volvería hasta que fuera a terapia.

Al principio intentó chantajearme, luego comenzó a rogarme. Estaba dividida, porque aún lo amaba, pero sabía que mis hijos merecían una vida mejor.

La verdad que salió a la luz

Un mes después, me enteré por una amiga de que Roberto había vendido nuestro coche. No para ir a terapia, como prometió, sino para seguir con su adicción al alcohol.

En ese momento sentí que no había vuelta atrás. Presenté la demanda de divorcio y decidí empezar de nuevo.

Hoy crío a mis tres hijos sola. No es fácil, pero estoy segura de que tomé la mejor decisión para nuestra familia.

¿Y Roberto? Escuché que volvió a la casa de sus padres y está intentando rehabilitarse. Espero que lo logre, pero sé que no puedo esperar por él.

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