Maria, mi suegra, es una mujer que siempre se mete donde no la llaman.
Cuando hace unos meses se mudó a nuestra casa «solo por un momento» tras renovar su apartamento, no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Desde la mañana, empezó a criticar todo: mi cocina, la limpieza e incluso la forma en que educaba a los niños.
Pero lo que realmente me molestó fue que no podía evitar inspeccionar la nevera y el cesto de la ropa sucia.
Siempre tenía algo que decir: «¿Por qué no hay mantequilla?», «¿No usas detergente en polvo, solo cápsulas?
¡Eso es un despilfarro!» Al principio intenté ignorarlo, pero su actitud se volvía cada vez más descarada.
Un día, cuando hizo un comentario especialmente molesto sobre mi «detergente que no limpia bien», decidí que era hora de poner fin a esto.
Sabía que Maria no podría resistirse a mirar el cesto, así que preparé una pequeña sorpresa para ella…
Metí algunas prendas en el cesto que parecían esconder algo. Y en la nevera, coloqué un paquete misterioso envuelto en papel de aluminio con un cartel que decía «¡No tocar!».
Estaba segura de que mi suegra no resistiría la tentación, y no me equivoqué.
El paquete misterioso y la tormenta familiar
Esa noche noté que el papel de aluminio estaba deshecho, y el contenido del paquete… ¡había desaparecido! Solo quedaba un vacío y una pequeña nota: «¿Valió la pena arriesgarse?»
Sin embargo, Maria reaccionó de manera diferente a la que esperaba: se encerró en su habitación y no dijo ni una palabra.
Al día siguiente, cuando mi esposo, Pablo, regresó del trabajo, me lanzó una mirada acusadora. «¿Qué hiciste? Mamá está molesta, dice que encontró algo muy inapropiado.»
Comenzó una discusión, que pronto se convirtió en una gran pelea, durante la cual Maria… sacó los documentos del cesto.
«Solo quería estar segura de que los habías guardado bien» – trató de justificar su acción. Resultó que en los documentos había fotos antiguas de mi exnovio.
Eso desató una conversación que Pablo no pudo soportar más y decidió no seguir participando.
El fin del control – pero ¿a qué precio?
Todo terminó de manera inesperada. Al día siguiente, Maria dejó nuestra casa.
Sin embargo, dejó una carta en la que escribía que su curiosidad provenía de su preocupación, porque sentía que «le estaba ocultando algo».
¿Me arrepiento de esta lección? Un poco. Pero al menos recuperé mi paz y mi privacidad.