Marek siempre había disfrutado de que todo girara a su alrededor. Yo cocinaba, lavaba, cuidaba la casa y los niños.
Él iba al gimnasio, salía de fiesta con sus amigos, mientras me dejaba a mí con una lista de tareas por hacer. Pensaba que era normal que en una relación, a veces, una persona diera más.
Pero una noche, después de regresar del trabajo, escuché algo que me dejó sin palabras.
„Te has descuidado, Agata. Ni siquiera te miras al espejo.
Y no quiero estar con una mujer que parece un objeto usado” – dijo con una calma fría, mientras recogía sus cosas.
Unos momentos después, añadió que se iría con Paulina, una chica de 25 años que había conocido en el trabajo.
No recuerdo qué respondí. Tal vez grité, tal vez lloré. Marek salió, golpeando la puerta, y yo me quedé sola en el silencio que odié desde entonces.
Las primeras semanas pasaron como si estuviera en una niebla. Cada vez que me miraba al espejo, sus palabras resonaban en mi cabeza: „Te has descuidado.” El eco de esas palabras no me dejaba en paz.
Trataba de entender en qué había fallado, pero con el tiempo comprendí algo: Marek llevaba mucho tiempo buscando una excusa para irse. Paulina solo fue un pretexto.
En lugar de rendirme, decidí actuar. Al principio, por pura rebeldía. Me inscribí en un gimnasio, cambié mi dieta, compré ropa nueva.
Dejé de llorar frente a las fotos de nuestra boda. En su lugar, me centré en los niños y en el trabajo. Poco a poco empecé a recuperar el control de mi vida.
Un encuentro inesperado
Pasaron tres meses. Era una cálida tarde de verano cuando me encontré con Marek en la calle.
Iba caminando con una amiga, riendo por algo que habíamos dicho, cuando de repente noté su mirada. Se detuvo, como si no pudiera creer que fuera yo.
„¿Agata?” – preguntó, incrédulo. „No te reconocí. Te ves… diferente.” Estaba segura de que se refería a mi nuevo look y a mi figura más esbelta, pero no dejé que se notara lo feliz que me hacían sus palabras.
Fue entonces cuando me enteré de que su relación con Paulina no era tan maravillosa como él pensaba.
La chica resultó ser una soñadora consentida, más interesada en Instagram que en vivir una vida real con él.
Marek intentó iniciar una conversación, pero yo solo sonreí y lo despedí, dejándolo con un vacío sin resolver.
La venganza del destino
Un par de semanas después supe que Marek había vuelto a su antiguo departamento de soltero y había comenzado a buscar trabajo.
Paulina se había ido al extranjero y él se quedó solo. Pensé irónicamente que ahora él podría sentir lo que era ser considerado „un objeto usado”.
El destino, de alguna manera, convirtió lo que debía romperme en algo que me hizo más fuerte. No necesité vengarme ni tratar de demostrarle nada.
Mi vida comenzó a seguir su propio curso, y me sentí orgullosa de estar donde estoy ahora.