Nuestro aniversario debía ser algo especial; me preparé para esta noche como si fuera nuestra primera cita.
Un vestido nuevo, que nunca había usado antes, un maquillaje suave y un perfume recién estrenado, reservado solo para esa noche. Esperaba a que entrara, a que reaccionara…
Y realmente, su mirada lo decía todo, lo que las palabras no podían expresar. Pero su reacción solo fue el principio, porque esa noche descubrí lo que realmente planeaba a mis espaldas.
Todo lo que dijo, todo lo que hizo, comenzó a encajar, hasta que de repente escuché cómo su teléfono vibraba en su bolsillo.
Por curiosidad, eché un vistazo a la pantalla, desvelando un secreto que nunca quise saber.
Pero aún así… cuando me miró, como si yo fuera su único amor, tomé una decisión que incluso a mí misma me sorprendió.
Este año decidí celebrar nuestro aniversario de manera especial. Compré un vestido nuevo, ligeramente brillante, perfectamente ajustado a mi cuerpo.
Con él, un maquillaje sutil pero marcante y un perfume nuevo que solo reservé para esa noche.
Esperaba que todo eso llamara su atención, que sintiera lo mucho que significo para él.
Pero a medida que avanzaba la noche, empecé a sentir que algo no estaba bien.
Él estaba diferente, distraído, mirando constantemente su reloj y jugando nerviosamente con su anillo. Trataba de estar presente, pero veía que sus pensamientos estaban en otro lugar.
Cuando nos sentamos a cenar, el ambiente se volvió cada vez más tenso. Con cada brindis, con cada mirada, sentía cómo nos alejábamos más y más.
Intenté mantener la conversación, recordándole nuestros comienzos, las bromas que solo nosotros entendíamos.
Pero sus respuestas fueron cortas, automáticas, como si solo dijera lo que debía decir.
De repente, su teléfono vibró sobre la mesa. Miré hacia él, y de manera instintiva, tapó la pantalla con la mano, visiblemente nervioso.
Pero por un instante logré ver el mensaje: “Cariño, estoy esperando, avísame cuando estés listo.”
Mi corazón se detuvo por un momento. Un solo segundo bastó para que todo lo que había visto a lo largo de los años tuviera sentido.
Durante todo ese tiempo, me había dicho que no debía preocuparme, que era su único amor. Y aunque nuestra relación había pasado por momentos difíciles, nunca se me ocurrió que podría ser infiel.
Intenté respirar tranquilo, mantener la calma, pero por dentro todo se desmoronaba.
“¿Quién es esa mujer?” pregunté en voz baja, tratando de ocultar mis emociones.
Él me miró un momento, y luego estalló en carcajadas. “Estás exagerando,” respondió, intentando volver a la cena como si nada hubiera sucedido.
Vi que no quería darme detalles, así que decidí acercarme más. “Qué lástima que tengas otros planes para nuestra aniversario,” dije con un toque de tristeza en mi voz.
Se puso incómodo. Comenzó a justificarse, diciendo que era solo una compañera de trabajo, que no había nada entre ellos. Pero ya lo sabía. Sentí que él también se daba cuenta de que estaba atrapado, sin salida.
Poco después, admitió que planeaba irse. Esa confesión me golpeó como un rayo. Su sincera revelación superó todas mis peores sospechas.
Quería huir de allí, desaparecer, pero en su lugar lo miré a los ojos. Fue en ese momento cuando vi algo nuevo en su mirada, como si finalmente comprendiera lo que estaba perdiendo.
Intentó tomarme de la mano, acercarme más, tratando de convencerme de que todo esto era solo una crisis temporal.
Durante un momento escuché sus explicaciones, sus excusas, pero por dentro ya había tomado una decisión. Me levanté de la mesa, ajusté mi vestido y le sonreí lo más bonito que pude.
“Soy yo la que se va. Se acabó,” le dije. Ya no quería escuchar más sus falsas promesas. Sabía que mi matrimonio terminó en ese preciso instante.
Solo susurré: “Espero que haya valido la pena,” y salí del restaurante sin mirar atrás.