Isabel siempre había sentido una fascinación por las historias misteriosas que rodeaban a la mansión Blackstone.
La mansión en ruinas se erguía sobre una colina, rodeada por un espeso bosque que susurraba secretos a lo largo del viento.
Había estado abandonada durante años, pero Isabel, una aspirante a periodista con un talento para resolver enigmas, estaba decidida a descubrir la verdad detrás de los extraños sucesos ocurridos en la mansión.
Su curiosidad se despertó cuando recibió una carta antigua y polvorienta de un remitente desconocido.
Era una invitación – aunque no precisamente amistosa. La carta decía solo:
“Si deseas conocer la verdad, ven a la mansión Blackstone a la medianoche.”
Intrigada, Isabel hizo su equipaje y comenzó su largo viaje hacia la ominosa casa mientras el sol se ponía.
El aire parecía volverse más denso, y los árboles a su alrededor parecían extenderse como brazos astutos, guiándola suavemente pero con determinación.
Al cruzar el crujiente puente de madera que conducía a la mansión, notó un tenue resplandor en una de las ventanas. Al parecer, la invitación no era una broma.
Al entrar en la mansión, fue recibida por un inquietante silencio. El lugar parecía congelado en el tiempo. El polvo cubría los muebles elegantes, y las telarañas colgaban en cada esquina.
Pero había algo más, algo casi vivo en el ambiente. Isabel sentía que alguien la observaba, aunque no había nadie a la vista.
Su corazón latía con fuerza mientras seguía un estrecho pasillo que la llevaba cada vez más al interior de la mansión. El aire se enfrió y, de repente, escuchó el suave sonido de pasos tras ella.
Se giró rápidamente, pero no había nadie. Sin embargo, la temperatura seguía cayendo y las sombras parecían alargarse de manera antinatural a lo largo de las paredes.
La linterna de Isabel parpadeó y luego se apagó. Sus manos temblaban mientras buscaba una linterna de repuesto.
No podía dejar de sentir que algo, o alguien, seguía cada uno de sus movimientos.
De repente, una voz resonó por los pasillos vacíos.
“No debiste haber venido.”
Isabel se paralizó. La voz era lejana, pero increíblemente clara. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Quién era? ¿Y por qué la advertían?
Decidida a descubrir la verdad, Isabel siguió adelante. La voz provenía de una puerta al final del pasillo. Con una profunda respiración, la abrió.
Dentro, encontró una habitación llena de libros antiguos y artefactos – diarios envejecidos, mapas y retratos que parecían mirarla fijamente.
En el centro de la habitación había un gran escritorio, sobre el cual descansaba un diario, cuyas páginas estaban amarillentas y gastadas por el tiempo. Lo abrió y leyó en voz alta las primeras líneas:
“La maldición de la mansión Blackstone es real. Se dice que quien se atreva a entrar encontrará el tesoro perdido, pero también deberá enfrentar la ira de su guardián.”
Un repentino estruendo retumbó desde arriba, seguido de un gruñido profundo y gutural. La sangre de Isabel se heló.
Ahora sabía que la mansión no estaba simplemente abandonada – escondía algo mucho más oscuro.
Decidida a enfrentarse al misterio, Isabel subió al segundo piso, de donde provenían los ruidos.
La majestuosa escalera crujió bajo su peso, y cuando llegó a la cima, se encontró con un retrato antiguo – el rostro en el cuadro le resultaba inquietantemente familiar. Casi parecía el suyo.
En ese momento, todo encajó. No solo estaba allí para investigar la mansión; ella formaba parte de la historia. El tesoro, la maldición – todo había estado esperándola.
Cuando se dispuso a abandonar la habitación, la puerta se cerró de golpe detrás de ella. Estaba atrapada.
Las sombras en la habitación se alargaron, y la temperatura descendió aún más. Desde el rabillo del ojo, Isabel vio una figura moverse. El guardián de la mansión era real, y se acercaba rápidamente.
Ahora, la única salida era enfrentar la maldición – y quizás, solo quizás, descubrir el secreto que Blackstone Manor había guardado durante tantos años.