„El Niño Atrapado en la Nieve: ¡El Misterio del Bosque Congelado!“

ENTRETENIMIENTO

Era una noche fría cuando Alexej comenzó su camino de regreso, siguiendo el sendero que atravesaba la vasta llanura cubierta de nieve.

El hielo parecía penetrar profundamente en sus huesos, mientras que la nieve, que se había acumulado durante todo el día, le llegaba hasta las rodillas.

Cada paso era arduo: sus pies se hundían en la suave capa de nieve virgen, y a pesar de los zapatos resistentes, ya sentía como si estuvieran empapándose.

El frío glacial comenzaba a filtrarse a través de sus gruesos calcetines, lo que hizo que Alexej, de manera involuntaria, comenzara a caminar más rápido.

Se ajustó la gorra sobre la cabeza, enrolló el bufanda más ajustado y aceleró el paso.

Sus manos, que sostenían el bufanda, ya estaban completamente entumecidas, y una y otra vez las frotaba con la esperanza de recuperar algo de calor.

A su alrededor reinaba un silencio absoluto. Incluso el viento, que unos minutos antes azotaba el campo, se había calmado, dejando solo un silencio helado y ominoso.

De repente, un extraño sonido. Alexej se detuvo y contuvo la respiración.

Algo a su derecha, cerca del borde del bosque, se escuchaba un leve gemido. Apenas perceptible, parecía atravesar el grueso manto de nieve.

Al principio pensó que solo era una ilusión, tal vez sus oídos estaban jugando con él debido al frío, captando ruidos imaginarios.

«¿Me lo estaré imaginando?» murmuró para sí mismo mientras daba unos pasos en el lugar para calentar sus pies.

Pero no, el sonido se repitió. Esta vez era más cercano y claro. Alexej miró a su alrededor.

El pueblo ya quedaba lejos, delante de él solo se extendía el interminable campo y un sendero estrecho que se adentraba en el bosque.

La nieve seguía cayendo, cubriéndolo todo con un manto blanco espeso que casi lo hacía todo irreconocible.

Sin embargo, el gemido se repitió, y no quedaba duda alguna: Alguien o algo necesitaba ayuda.

Dejando el sendero, se adentró en la nieve más profunda, que le llegaba hasta las rodillas. Las ramas de los árboles, cubiertas de escarcha, crujían suavemente con el viento.

El sonido se hacía más fuerte. Alexej continuó avanzando con cautela, prestando atención a cada crujido. Parecía que cualquier movimiento en falso podría hacer que lo que fuera que provocaba ese sonido, desapareciera.

Su corazón latía más rápido, pero no por miedo, sino por una extraña sensación de responsabilidad que de repente lo había invadido.

¿Quién sabía qué encontraría allí? Tal vez un perro atrapado en una trampa, o quizás algo peor, un perro abandonado.

Y entonces lo vio. Un perro. De tamaño medio, con el pelaje oscuro casi completamente cubierto por la nieve.

El perro estaba sentado junto a un arbusto grande y nevado, acurrucado como una bola, como si intentara esconderse del frío.

Carámbanos colgaban de su hocico, y a pesar de sus intentos por permanecer invisible, temblaba visiblemente. Pero no huía.

Lo miraba fijamente a Alexej, sin emitir ningún sonido. Solo sus ojos — marrones, atentos — seguían cada movimiento del hombre.

«¿Qué haces aquí?» preguntó Alexej mientras se agachaba para no parecer amenazante.

El perro no gruñó, no intentó huir. Se quedó allí, inmóvil, solo temblando ocasionalmente por el frío. En su rostro había algo que Alexej no podía identificar.

Tal vez miedo, tal vez esperanza. Parecía como si el animal quisiera decir algo, pero no podía. Simplemente lo miraba y esperaba.

«¿Te perdiste?» preguntó Alexej suavemente, extendiendo lentamente la mano.

No esperaba agresividad. La mirada del perro era más perdida que hostil. Alexej decidió que debía comprobar si el perro estaba bien.

Pero antes de que pudiera acercarse, el perro de repente agarró con los dientes la manga de su abrigo. Alexej se detuvo en seco. No fue fuerte, ni doloroso, pero sí firme y con propósito.

El perro no intentaba morderlo, solo sostenía la prenda, como si quisiera transmitirle algo importante.

Y de inmediato, sin soltar la tela, el perro comenzó a retroceder y tiró de Alexej hacia el bosque.

«¿Qué significa esto?» preguntó Alexej, mirando a su alrededor, pero solo había silencio, salvo la oscura figura del perro que seguía tirando de él.

El perro clavó sus patas en la nieve, jalando tan fuerte de su manga que parecía que la tela iba a rasgarse. Alexej frunció el ceño y se detuvo, pero el perro tiró de nuevo con más fuerza.

«Yo quería salvarte, no al revés,» murmuró mientras frotaba la mano que había estado atada a una cuerda improvisada. Pero el perro no paraba.

El perro movió la cabeza como si quisiera anticipar algo. Alexej suspiró profundamente, sabiendo que no servía de nada resistirse. «Está bien, está bien, vamos. Pero explícame qué está pasando…»

La nieve era profunda, y cada paso se volvía más lento. Cada respiración se convertía en una nube de vapor que quemaba sus pulmones.

El sol ya se había escondido detrás del horizonte, y el bosque estaba sumido en una oscuridad azulada en la que las sombras de los árboles parecían más largas y sombrías.

Las ramas, cubiertas de escarcha, se erguían como guardianes, mudos e indiferentes. El silencio era tan abrumador que Alexej comenzó a dudar si era correcto seguir al perro.

Pero el perro seguía adelante, firme. Avanzaba paso a paso más adentro en el bosque.

El sendero ya había desaparecido bajo la nieve, y la única orientación posible era a través de los troncos dispersos de los árboles.

Alexej observaba al perro, esa sombra oscura que casi se volvía invisible en la penumbra, y sentía una extraña incomodidad. Algo no estaba bien.

Un sentimiento frío se expandía en su pecho, algo que no podía explicarse por el frío, y sentía como si una carga pesada recayera sobre él.

Sin embargo, siguió adelante, terco y callado, siguiendo al perro como si hubiera entrado en una extraña visión.

Cuando volvió a levantar la vista, algo extraño apareció ante él. Un gran árbol cuyo tronco había caído sobre el camino, como si un gigante lo hubiera dejado allí de manera casual.

Las ramas se extendían en todas direcciones, como garras de una bestia gigantesca que había quedado congelada en pleno salto.

La nieve cubría el tronco como una manta, pero incluso así, se podía notar que el árbol no era viejo ni estaba podrido. La ruptura era reciente, con astillas afiladas en el punto de fractura.

Alexej se acercó lentamente, casi de puntillas, como si temiera interrumpir el silencio mortal. Su mirada se posó sobre las huellas.

Solo unas pocas, pero conducían hacia el árbol, como si alguien hubiera corrido allí con prisa y luego… se hubiera desvanecido. ¿O seguía allí? Alexej no veía a nadie.

Y entonces, a solo unos pasos del árbol caído, vio una figura. Estaba tendida de lado, como si se hubiera quedado dormida en medio de la nieve.

Su rostro estaba cubierto por un bufanda,

pero por la postura de su cuerpo y la inmovilidad antinatural, Alexej reconoció inmediatamente que esa persona ya no había dado señales de vida desde hacía mucho.

Alrededor de sus piernas había varios objetos dispersos, aparentemente caídos en el apuro. Alexej se quedó paralizado, se agachó y por un momento olvidó al perro.

Este se quedó allí, en silencio, respirando pesadamente, pero ya no tiraba de la cuerda. Parecía como si el perro hubiera llevado a Alexej hasta allí para que él mismo decidiera qué hacer a continuación.

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