Un año había pasado desde el terrible suceso que marcó para siempre la vida de Christina. El momento espantoso en que la tragedia irrumpió en su existencia nunca podría borrarse de su memoria.
Christina y Savely llevaban tres años casados.
Aquel fatídico día, él le había traído con alegría un hermoso anillo y un ramo de flores exuberante, apresurándose para llegar a casa.
Sin embargo, se enteró más tarde que los criminales lo habían visto en la joyería, con el anillo y el dinero en el bolsillo. Lo siguieron hasta que llegó a su puerta.
Todo esto había sucedido por la celebración del aniversario y por aquel maldito anillo.
Una tarde sonó el teléfono. Era Polina, su amiga de toda la vida.
Entre ellas existía una amistad profunda, y solo Polina la dejaba en paz, sin presionarla constantemente. Ella la sacaba regularmente de su caparazón.
«¡Hola, amiga! Estoy frente a tu casa con pastel y champán. Si has olvidado mi cumpleaños, ¡lloraré!» exclamó Polina riendo.
Christina se levantó de golpe, aterrada. «¡Dios mío, cómo pude olvidarlo!» Sus mejillas se sonrojaron de vergüenza.
Abrió la puerta y corrió escaleras abajo para saludar a su amiga.
Más tarde, mientras tomaban café juntas, Polina se rió y dijo: «¡Deberías ver tu cara cuando me ves! Pero, sabes, Christina, solo te haces daño a ti misma.»
«Lo siento mucho, de verdad. Me he encerrado por completo en mí misma» se disculpó Christina. «Nada mejora. Siento que estoy perdiendo la cabeza.»
Polina inclinó la cabeza y pensó un momento. «Tal vez deberías salir de la ciudad. Un cambio de aires podría hacerte bien. ¿No tienes esa opción?»
Christina dudó. «Tal vez… pero ¿qué cambiaría eso? Al final tendría que volver aquí, a este patio, y todo me recordaría lo que pasó.»
«¿Qué tal mudarte al campo?» sugirió Polina. «Las zonas rurales hoy en día ya no son lo que eran antes. Podrías crear un jardín, plantar hierbas, cultivar tus propios vegetales. Y sabes que te visitaré, ¡no hay problema!»
Christina pensó por un momento. «Tal vez… pero nunca había considerado dejar atrás el bullicio de la ciudad. Quién sabe si esa sería la decisión correcta.»
Tres meses después, Christina estaba frente a su nuevo hogar, una pequeña casita en el campo.
La mudanza fue un paso hacia un mundo completamente diferente, pero aún no estaba segura de si había tomado la decisión correcta.
La casa era acogedora, aunque pequeña. Probablemente, en el pasado, había vivido allí una anciana con sus nietos. Todo estaba tranquilo, casi en exceso.
Una noche, cuando Christina ya se había acostado, escuchó un ruido extraño proveniente del ático.
Al principio pensó que serían los vecinos o algún animal, pero cuando siguió el sonido, encontró a dos niños. Un niño de unos diez años y una niña que tendría unos siete.
«No hemos tomado nada. Por favor, déjenos ir. Si nos atrapan, nos devolverán al hogar de niños. ¡No queremos eso!» pidió el niño con voz temblorosa.
Christina se quedó paralizada. Polina le había contado alguna vez sobre niños que vivían en condiciones difíciles en esa zona, pero nada tan concreto.
Esos niños parecían haber escapado de un hogar de acogida y buscaban refugio en su casa.
«Bajad,» dijo Christina después de una breve pausa. «Os prepararé algo de comer, y luego veremos qué hacer.»
Les preparó algo de comida y, durante la conversación, los niños le contaron que habían perdido a sus padres hacía años y ahora vivían con su abuela.
Pero ella estaba enferma y no podía cuidarlos, y su madre, aunque estaba allí, no tenía la capacidad de hacerse cargo de ellos.
«Pronto todo cambiará. Lo sé,» susurró el niño mientras se comía el último trozo de pan.
Christina sintió un dolor en el corazón. Esos niños necesitaban ayuda, y ella era la única que podía brindársela. Pensó en qué debía hacer.
Los vecinos con los que había hablado sabían más sobre la situación, pero la historia de los niños era más complicada de lo que había pensado inicialmente.
Al día siguiente, Christina intentó obtener información sobre el padre de los niños. Descubrió que se trataba de un hombre llamado Alexej, que estaba relacionado con la abuela de los niños, María.
Él era hijo del primer marido de María, quien abandonó a la familia, pero ahora había regresado.
Tras algunas conversaciones con Alexej, quedó claro que estaba dispuesto a hacerse responsable de los niños. Pero no sería tan sencillo.
Alexej confesó que había cometido muchos errores en su vida, pero ahora quería cuidar de sus sobrinos.
«He cometido muchos errores,» dijo Alexej mientras hablaba con Christina en su sala. «Pero ahora sé lo que debo hacer. Me haré cargo de ellos.»
Christina se sintió dividida. Sabía que Alexej había tenido una vida difícil, pero también entendía que ahora necesitaba una oportunidad para demostrarse a sí mismo.
Unos meses después, después de varios trámites legales, estaban todos juntos con los niños, hablando de un nuevo futuro.
Alexej había cambiado, se había vuelto más maduro, y Christina no pudo evitar acercarse más a él.
Un día, mientras trabajaban juntos en el jardín, un coche estacionó frente a la casa. Alexej bajó y, para sorpresa de Christina, vio a María, la abuela de los niños, salir con la ayuda de un par de muletas.
«¡Baba!» gritó Kira, corriendo hacia ella. Su voz resonó en el jardín.
Christina y Alexej se miraron. Fue un momento emocional. Alexej había aprendido mucho en los últimos meses. Y tal vez, pensó Christina, era hora de abrir su propio corazón.
Alexej se giró hacia ella y dijo en voz baja: «Me siento fuerte contigo, mucho más fuerte que nunca. Intentemos hacerlo bien.»
Christina sintió cómo una lágrima rodaba por su mejilla. «Sí, hagámoslo juntos,» susurró.