“¡Primero se hizo vieja y ahora se enfermó! ¡Voy a pedir el divorcio!” – Un arrebato de furia que lo cambia todo.

ENTRETENIMIENTO

Larisa estaba sentada en la mesa de la cocina cuando escuchó una llamada inesperada que le trajo una noticia que la dejó completamente desconcertada.

No sabía qué hacer, sus pensamientos daban vueltas en su mente, pero no conseguía ordenarlos. ¿Qué hacer? La pregunta resonaba en su cabeza, pero no hallaba respuesta.

Larisa ya había comprendido hacía tiempo que no valía la pena compartir sus problemas con los demás.

Los amigos rara vez se alegran sinceramente de tu felicidad, y en momentos de tristeza, sus reacciones suelen ser cargadas de envidia o burla. Esta verdad la había aprendido a lo largo de los años.

Sus padres, a quienes siempre había recurrido en busca de consejo, ya no estaban, y su ausencia la dolía cada vez más. Los extrañaba profundamente.

Podía recurrir a su esposo, pero últimamente sentía que se estaba distanciando de ella.

Oleg le había mencionado varias veces que el «otoño de la vida» había llegado, y que las mujeres en su edad cambiaban más rápido que los hombres.

También había comentado que ya no se preocupaba tanto por su apariencia como antes, algo que la había herido profundamente.

Larisa no entendía a qué se refería. Ella seguía cuidándose, iba al peluquero y compraba ropa moderna.

Pero su esposo parecía insinuar que ya no se veía tan joven. Y él mismo tampoco era un adolescente.

Otros matrimonios de su edad solían caminar juntos por la tarde, cogidos de la mano, charlando y riendo, mientras ella cada vez más se quedaba sola frente a la ventana cuando él regresaba tarde del trabajo.

Aún tenían a sus hijos, pero Larisa no quería cargarles con sus problemas. Su hija estaba casada y esperaba un hijo, y su hijo estudiaba en otra ciudad.

Decidió que lo mejor era hablar con su esposo. Solo quería asegurarse de que Oleg aún fuera el mismo hombre cariñoso y comprensivo que había conocido. Pero empezaba a dudar.

Cuando Oleg llegó a casa, Larisa le confesó que había recibido un mal diagnóstico médico. Su respuesta fue un golpe para ella.

Oleg admitió que ya había estado pensando en la separación, porque sentía que ella estaba envejeciendo, y ahora, con la enfermedad, no quería seguir con ella.

Planeaba pedir el divorcio y reveló que ya tenía una nueva pareja.

Larisa se quedó en shock, pero no perdió la calma. Sabía que ya no podía confiar en él. Solo su hijo Artem se había convertido en su apoyo.

Artem, aunque sorprendido, reaccionó de manera práctica. Le sugirió que aceptara la herencia, si todo eso era cierto.

«¿Por qué rechazarla?» le preguntó. Después de todo, se trataba de una gran fortuna.

Larisa aceptó el reto, presentó la demanda de divorcio y comenzó a prepararse para recibir la herencia.

Junto con su hijo, viajó al extranjero donde conocieron a un abogado que los guiaría en todo el proceso.

Durante ese tiempo, Larisa se acercó a su abogado, Vladímir. Era un hombre amable, atento, que realmente se preocupaba por ella.

Su relación, que inicialmente fue profesional, se fue convirtiendo en algo más profundo y romántico.

Al regresar a su país, Larisa se encontró nuevamente con Oleg, pero esta vez él era un hombre diferente: borracho, lleno de arrepentimiento. Sin embargo, Larisa ya había cerrado ese capítulo de su vida.

Lo rechazó y siguió adelante, comenzando una nueva etapa con Vladímir.

Pasaron los años, y Larisa se convirtió en abuela. Vladímir, quien había ganado su corazón, le propuso matrimonio, y ella aceptó encantada.

Comenzaron juntos un nuevo capítulo en sus vidas.

Un día, años después del divorcio, Larisa recibió una llamada desde el hospital: Oleg había sufrido un derrame cerebral y pedía su ayuda.

Larisa habló con sus hijos, y todos estuvieron de acuerdo en brindarle su apoyo.

Fueron a visitarlo, pero el ver a Oleg en tan malas condiciones la hizo recordar todas las injusticias que había sufrido a su lado.

Decidió contratar a una enfermera para que lo cuidara, pero sus hijos sabían que el verdadero adiós ya se había producido.

Larisa nunca se arrepintió de haberse separado de su esposo. Era feliz con Vladímir, y su vida ahora estaba llena de amor y paz.

Sabía que la verdadera felicidad residía en la libertad que había ganado con su decisión.

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