«El Sótano de los Secretos: Lo Que Descubrí en Casa de Mi Hermano Marcos»

ENTRETENIMIENTO

Nunca imaginé que una simple visita a casa de mi hermano Marcos y su esposa Laura terminaría convirtiéndose en una experiencia tan inquietante.

Había pasado por allí para devolverles una caja de herramientas que me habían prestado meses atrás. Al llegar, Laura me informó que Marcos estaba en el trabajo y que ella tenía que salir urgentemente a una cita médica.

Me pidió que me quedara un rato para esperar a un técnico que revisaría el sistema de calefacción.

Mientras esperaba en la sala, una leve corriente fría me hizo notar que la puerta del sótano estaba entreabierta. La curiosidad pudo más que el sentido común, y bajé por las escaleras mal iluminadas con una linterna en la mano.

Al llegar al pie de las escaleras, noté tres bolsas negras de basura alineadas contra la pared. El olor no era desagradable, pero había algo extraño en la forma en que estaban cerradas con tanta meticulosidad.

No pude resistir la tentación de abrir una de ellas. Al tirar de la bolsa, descubrí algo que me dejó helado: la primera estaba llena de fotos polaroid de personas dormidas.

No había nada aparentemente perturbador en las imágenes, excepto por el detalle de que todas las personas parecían estar en la misma posición exacta. Algunas de las caras me resultaban conocidas: vecinos, compañeros de trabajo de Marcos… incluso reconocí al cartero.

La segunda bolsa era aún más desconcertante. Estaba llena de cuadernos escritos con una caligrafía pequeña y apretada. Cada página detallaba meticulosamente rutinas diarias de distintas personas:

a qué hora salían de casa, dónde iban después del trabajo, cuánto tiempo tardaban en regresar. Una página entera estaba dedicada a mí.

Al llegar a la tercera bolsa, mis manos temblaban. Dentro había varios frascos pequeños etiquetados con fechas y nombres. El contenido parecía ser mechones de cabello, uñas, y en algunos casos, pequeños objetos personales como anillos o colgantes.

El sonido de la puerta principal abriéndose me sacó del trance. Marcos había regresado. Subí apresuradamente las escaleras, cerré la puerta del sótano y traté de actuar con normalidad. Pero mi hermano notó algo en mi expresión.

—¿Bajaste al sótano? —preguntó con voz firme.

Negué débilmente, pero él sabía la verdad. Su mirada cambió, y por un momento, vi algo en sus ojos que nunca antes había visto: una mezcla de miedo y… ¿culpa?

Ahora estoy sentado en mi coche frente a su casa, intentando decidir qué hacer. ¿Llamo a la policía? ¿Enfrento a Marcos directamente? Lo único que sé es que no puedo ignorar lo que vi en ese sótano. Algo oscuro está pasando, y temo descubrir hasta dónde llega esta historia.

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