Wesley miró su plato con una expresión de desdén. «¡Ya basta, mamá! No aguanto más este pastel. ¿Por qué no cocinas algo diferente?», se quejó mientras se balanceaba de un lado a otro en su silla, como si de alguna manera pudiera escapar de la comida.
«¿Qué te pasa?», respondió su madre, algo irritada. «Ayer hubo pollo, antes hamburguesas y el viernes pescado».»¿Y qué hago con eso?», replicó Wesley, lanzando una mirada de desesperación. «Estoy harto de lo mismo.»
«Eso no me interesa», dijo ella con voz firme, levantándose del asiento.»Wesley», gritó mientras él se levantaba de la mesa, «¡al menos pon tu plato en el lavaplatos!»
«¿Por qué debería hacerlo?», respondió Wesley con desdén. «¡No soy el mayordomo!»»¿No eres el mayordomo?», replicó su madre, sorprendida. «¡Eres mi hijo! ¡Vives bajo este techo, te doy de comer y…»
«¿Y para qué?», interrumpió Wesley, con una sonrisa burlona. «Si me mantenéis vivo, quiero algo a cambio.»El padre de Wesley levantó la vista, visiblemente desconcertado por la actitud de su hijo.
«Tienes comida, ropa, techo y una oportunidad de estudiar. ¿Qué más quieres?», preguntó, aún sin entender.»¡Eso no es nada del otro mundo!», replicó Wesley, retando las palabras de su padre.
«Esas son tus responsabilidades. ¡Y yo no tengo ninguna!»»¿Ninguna?», dijo su madre, mirándolo como si hablara en otro idioma. «¿Y qué pasa con las pequeñas cosas, como sacar la basura o limpiar tu cuarto?»
«¡Esas no son mis tareas!», exclamó Wesley, levantando la voz. «¡No soy su sirviente!»»Está bien», dijo su padre, con calma, poniendo la mano en el hombro de su esposa.
«Wesley, ahora eres un hombre. Y como tal, tienes que entender que la responsabilidad es parte de la vida. Eso significa que también debes aportar.»
«Voy a hacer un plan», murmuró Wesley, con una sonrisa de autosuficiencia, y se marchó de la sala, seguro de que nada podría cambiar su mentalidad.
Al día siguiente, entró a la cocina, hambriento.»¡Hola, mamá! ¿Qué hay para comer?»»Pechuga de pavo con papas», dijo ella, sonriendo de una manera que parecía tener algo más detrás.
«¡Suena genial!», exclamó Wesley, pero cuando vio la pizarra con las tareas del día, sus ojos se agrandaron: «Sacar al perro — 4 dólares. Sacar la basura — 1 dólar. Limpiar el cuarto — 5 dólares.»
«¿Qué es esto?», preguntó Wesley, entre el shock y la furia.»Es la nueva regla», explicó su madre, manteniendo una sonrisa dulce, pero firme. «A partir de ahora, sólo recibirás lo que ganes.»
«¿Qué? ¿Tengo que pagar por la comida?», tartamudeó Wesley, tratando de procesar lo que estaba oyendo.»Sí, hijo. Ya has aprendido que las cosas no caen del cielo solo porque las pides», dijo su padre, tomando su plato con tranquilidad.
«No dije que me muriera de hambre», protestó Wesley, claramente indignado. Pero al ver el precio escrito en su plato, algo dentro de él hizo clic. La vida no era tan fácil como había creído.
Esa noche, al regresar de la escuela, Wesley corrió hacia la cocina, sintiendo el vacío en su estómago.»Mamá, ¿por qué no hay comida? ¡Estoy muriendo de hambre!»
«Bueno, si quieres comer, primero tienes que hacer tres tareas», respondió ella con un aire de suficiencia.Wesley sintió que estaba atrapado en un circo.
«¿Qué es todo esto? ¿Un juego?», preguntó, furioso.
«Esto no son juegos. Esto es responsabilidad. Y ahora, recibirás lo que hayas ganado», explicó su padre, con una sonrisa cómplice.
«Veamos qué tan capaz eres de ganar lo que necesitas.»
Wesley no podía creer lo que oía.»Pero no quiero ganar dinero solo para comer.»»Entonces, te será difícil obtener lo que quieres», replicó su madre, con serenidad.»Recuerda, hijo, en la vida no hay nada gratis.»
Finalmente, después de mucho pensarlo y tras repasar las tareas en su mente, Wesley se dio cuenta de que ser responsable no era tan fácil como había imaginado. No podía simplemente hacer caso omiso de todo porque no le gustara.
A la mañana siguiente, antes de ir a la escuela, Wesley se detuvo, dio media vuelta y fue a buscar a su padre.
«Papá», dijo con voz suave, «¿y si simplemente me disculpo por todo?»
«Nunca es tarde para asumir la responsabilidad, Wesley», dijo su padre con una mirada seria pero comprensiva. «Siempre hay espacio para aprender.»
Al final del día, Wesley se acercó a sus padres. Su orgullo se había desvanecido, y sintió que había dado un paso importante al disculparse por su actitud. Mientras pronunciaba las palabras «Lo siento»,
supo que finalmente había comenzado a entender una gran lección: la vida no es tan sencilla como parecía, y asumir nuestras responsabilidades es lo que nos define como personas.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
La vida nos reta a ser responsables, pero también nos enseña que el amor verdadero y el cuidado no están condicionados por lo que damos o recibimos.
Las lecciones más valiosas a menudo vienen envueltas en desafíos inesperados, pero son esas mismas lecciones las que nos moldean en las personas que necesitamos ser.