Un mes después de adoptar a Jennifer, me miró con sus grandes ojos enigmáticos y susurró:»Mamá, no confíes en papá.»Esas palabras se clavaron como espinas en mi mente, dejándome con una sensación persistente de inquietud.
¿Qué secretos oscuros podría estar escondiendo mi esposo?Miré el rostro delicado de Jennifer, que mostraba una mezcla de fragilidad infantil y una seriedad inusual para su edad.
Sus manos pequeñas se aferraban a mi brazo, y en su mirada había algo que no podía descifrar: una especie de sabiduría que parecía superar sus cuatro años. Después de años de desilusiones y sueños rotos, finalmente estaba aquí: nuestra hija.
Richard no cabía en sí de felicidad. Sus ojos seguían cada movimiento de Jennifer como si quisiera guardar cada instante en su memoria para siempre.»Mírala, Marla,» murmuró con una voz casi reverente. «Es perfecta.»
Asentí y le devolví una sonrisa mientras acariciaba suavemente el hombro de Jennifer.»Sí,» respondí en voz baja. «Realmente lo es.»El camino que nos llevó hasta aquí había sido largo y lleno de obstáculos:
interminables horas en frías salas de consulta, papeleo interminable y frustraciones silenciosas. Pero en el momento en que vi a Jennifer por primera vez, supe que era el pedazo que faltaba en nuestra familia.
Unas semanas después de la adopción oficial, Richard sugirió una pequeña salida familiar. Se arrodilló frente a Jennifer y le habló con una voz suave:»¿Qué te parece si salimos a comer helado? ¿Te gustaría?»
Jennifer lo miró con una mezcla de desconfianza y curiosidad antes de dirigir su mirada hacia mí, como buscando mi aprobación en silencio. Asintió tímidamente, pero no soltó mi mano ni por un segundo.
Richard rió en voz baja, aunque su risa sonaba un poco forzada.»¡Helado, entonces!» dijo. «Te encantará, lo prometo.»De camino a la heladería, Jennifer se mantuvo pegada a mi lado, mientras Richard caminaba unos pasos por delante,
echando miradas furtivas hacia atrás, como asegurándose de que lo siguiéramos. Su esfuerzo por parecer relajado era evidente, al igual que la paciencia tensa en su voz mientras intentaba iniciar una conversación con ella.
Pero Jennifer permaneció en silencio, aferrándose más fuerte a mi mano.Al llegar a la heladería, Richard se acercó al mostrador con un entusiasmo exagerado.»¿Chocolate? ¿O quizás fresa?» preguntó con una sonrisa amplia.
Jennifer lo miró brevemente antes de voltear hacia mí y responder en un susurro apenas audible:
«Vainilla.»Las cejas de Richard se arquearon por un momento antes de asentir.»Vainilla, entonces. Perfecto.»
Mientras nos sentábamos en una pequeña mesa, Jennifer comía su helado en silencio. Sus ojos se desviaban ocasionalmente hacia Richard, pero sus labios permanecían sellados. Era como una pequeña sombra, observando todo a su alrededor sin querer ser notada.
Más tarde, esa noche, mientras la acomodaba en su cama, de repente rodeó mi cuello con sus brazos y me abrazó con fuerza.
«Mamá,» susurró tan suavemente que casi creí haberlo imaginado.
«¿Sí, cariño?» pregunté con cuidado.Se apartó un poco y me miró directamente a los ojos. Su rostro, de repente, parecía tan maduro, casi inquietantemente serio.»No confíes en papá.»
Mi respiración se detuvo por un instante, y mi corazón pareció quedarse en suspenso. Me senté al borde de su cama y acaricié su cabello suave.»¿Por qué dices eso, amor?» le pregunté con cautela, intentando ocultar la alarma en mi voz.
Jennifer se encogió de hombros, pero su frente se frunció ligeramente, como si estuviera reflexionando sobre sus propias palabras.
«A veces habla raro,» dijo en voz baja. «Como si estuviera escondiendo algo.»
Busqué las palabras adecuadas, pero lo único que logré decir fue:»Papá te quiere mucho, Jennifer. Solo quiere que seas feliz. Lo sabes, ¿verdad?»Ella asintió, pero sus ojos no se cerraron.
En lugar de eso, me observaba como si estuviera buscando algo que la tranquilizara.Al salir de su habitación más tarde, encontré a Richard apoyado casualmente en el marco de la puerta.»¿Todo bien?» preguntó con una sonrisa que parecía tensa.
«Sí,» respondí de manera escueta, mientras buscaba algo en su mirada que pudiera delatarlo, pero sus ojos eran impenetrables.»Bien,» dijo. «Sé que llevará tiempo, pero estoy seguro de que un día ella confiará en nosotros.»
Me obligué a sonreír, pero las palabras de Jennifer resonaban en mi mente como un eco inquietante.Al día siguiente, mientras lavaba los platos en la cocina, escuché la voz de Richard proveniente del salón.
Hablaba en un tono bajo, casi susurrando.»Esto se está complicando más de lo que pensaba,» dijo. «Jennifer es más perspicaz de lo que creí. Me preocupa que pueda decirle algo a Marla.»
Mi corazón se aceleró. ¿Qué podría Jennifer decirme? ¿De qué tenía miedo Richard?
«No puedo seguir ocultándolo por mucho más tiempo,» murmuró. «Pero Marla no debe enterarse aún.»
Me quedé paralizada, con el agua corriendo sobre mis manos, mientras una certeza aterradora se filtraba en mi mente: nuestra vida no era tan perfecta como había querido creer.