Profesor de música descubre la impactante verdad sobre su talentoso alumno – ¡El verdadero secreto de su padre!

ENTRETENIMIENTO

Lily estaba sentada sola en su pequeño y sencillo apartamento, mirando fijamente al piano que, en otro tiempo, había sido el centro de su vida como pianista profesional.

Sus dedos tocaban las teclas de manera casi automática, sin lograr seguir un ritmo coherente. La melodía que brotaba era desordenada, caótica, al igual que sus pensamientos.

En los últimos meses, su vida había tomado un rumbo que nunca habría imaginado.

Como exintegrante de una reconocida orquesta, pensaba que su futuro estaba asegurado.

Sin embargo, el director la había reemplazado sin previo aviso por su hija, un golpe devastador tanto para su autoestima como para sus sueños.

La pérdida no solo fue profesional, sino también emocionalmente difícil de asimilar.

Para poder sobrevivir, aceptó un trabajo como profesora de música en una escuela local.

No era un mal empleo, pero estaba lejos de la carrera que había soñado. Los niños con los que trabajaba parecían no interesarse en la música que tanto amaba.

A pesar de sus esfuerzos por hacer las clases más atractivas con canciones populares y música de películas, su pasión no lograba atravesar la barrera del desinterés.

Sin embargo, una tarde, al caminar por el pasillo después de las clases, escuchó un suave sonido de piano. Intrigada, se acercó sigilosamente y miró por la puerta del aula.

Dentro, completamente absorbido por la música, estaba Jay, un alumno que hasta ese momento no le había llamado la atención.

Estaba tocando la misma pieza que ella había ensayado esa mañana, y lo hacía con tal precisión y musicalidad que la dejó sorprendida.

“¿Tocas el piano?”, preguntó Lily en voz baja, al entrar en la sala. Jay dio un brinco al verla. “No… solo lo memoricé, como tú lo tocaste”, murmuró, evitando mirarla.

Lily no podía creerlo. “¿Lo tocaste de memoria?”, le preguntó, fascinada por su talento. “Es impresionante.” Su voz sonó cálida mientras se acercaba a él.

“¿Te gustaría aprender a tocar?”, le preguntó entonces. Jay, cuyos ojos brillaron por un momento, respondió con timidez: “¿De verdad? ¿Me enseñarías?”

Pero en ese mismo instante, su rostro se oscureció. “No puedo… no podemos permitirnoslo”, susurró, dejando caer los hombros.

Lily había notado que Jay a menudo se aislaba de los demás estudiantes y nunca comía con ellos.

Tal vez la pobreza lo empujaba a esa soledad. “No te preocupes”, dijo suavemente. “Te enseñaré gratis.”

Los ojos de Jay se agrandaron, y antes de que Lily pudiera reaccionar, lo vio lanzarse a sus brazos lleno de alegría.

“¡Gracias!”, exclamó, y en ese momento, Lily sintió que algo profundo se forjaba entre ambos.

En las semanas siguientes, se reunían regularmente después de las clases en el aula vacía, donde Jay aprendía cada vez con más facilidad las piezas que Lily le enseñaba.

Su talento era impresionante; parecía como si la música fluyera naturalmente de sus dedos, sin que tuviera que pensarlo demasiado.

Lily no podía creer lo rápido que avanzaba. Era como si el piano estuviera en su sangre.

“¿Alguna vez has pensado en tocar frente a un público?”, le preguntó un día, cuando Jay dominó una pieza especialmente difícil. Jay la miró, como si la idea de tocar ante otras personas fuera totalmente absurda.

“¿Delante de la gente? No sé… ¿y si cometo un error?”

“No cometerás errores”, respondió Lily con firmeza. “Estás más que preparado. Incluso puedes elegir el tema. ¿Qué te parece?”

Jay dudó un momento, pero tras pensarlo, asintió. “Bueno… tal vez. Creo que podría intentarlo.”

Lily se sintió emocionada por su determinación. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto enseñando a alguien.

Sin embargo, el día del recital, que tanto había esperado, trajo consigo dificultades imprevistas. A medida que se acercaba el momento, Jay se fue poniendo cada vez más nervioso.

Finalmente, Lily lo encontró tras el escenario, completamente destrozado.

“¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan nervioso?”, le preguntó, al verlo tan angustiado.

“Es… mi padre”, susurró Jay. “No me deja tocar. Y si se entera de que toco el piano, te van a despedir. No quiero que por mi culpa tengas problemas.”

Lily sintió un nudo en el estómago mientras trataba de calmarlo. “¿Quién es tu padre? ¿Qué tiene que ver él con todo esto?”

No había terminado de preguntar cuando escuchó una voz fuerte. “¡Jay!”

Se giró y, al ver al hombre que se acercaba, lo reconoció de inmediato: Ryan, su antiguo compañero de la escuela de música.

Las memorias de su juventud se agolparon de golpe, como un torrente de recuerdos.

Habían soñado juntos, practicado juntos, y se habían imaginado que la música los llevaría lejos.

Pero el día en que ella consiguió la beca y Ryan no, fue el momento en que todo cambió. Desde entonces, no volvieron a cruzarse.

“¡Jay! ¿Qué has hecho? ¡Te dije que no tenías que tocar música!”, gritó Ryan, con dureza.

Lily estaba sorprendida. “Ryan, ¿por qué… por qué le impides hacer música?”

“Porque no tiene sentido ocupar la mente en algo tan abstracto e inútil”, respondió Ryan con frialdad. “La música no es algo que deba hacer un hombre de verdad.”

Lily no podía creer lo que oía. “Ryan, ¡no eres tú! ¡Tú amabas la música! ¿No lo recuerdas?”

Ryan la miró con amargura. “El Ryan que conociste ya no existe. He comprendido que la música solo es una distracción. Y no voy a permitir que mi hijo cometa el mismo error que yo.”

Jay, que había estado observando en silencio, preguntó con voz temblorosa: “Papá, tú también tocabas… ¿por qué me prohíbes hacer lo que tú amabas?”

“Porque me arrepiento”, respondió Ryan, tajante. “Porque me di cuenta de que la música no vale nada si no te da ganancias. Y no es algo propio de un hombre.”

Lily no iba a rendirse. Corrió hacia afuera y se plantó frente al coche de Ryan. “¡Ryan, no puedes hacer esto! ¡No puedes destruir los sueños de Jay solo porque tú abandonaste los tuyos!”

Ryan la miró fijamente, y por un momento, pareció dudar. Pero luego, con voz firme, dijo: “Esta es mi decisión. Jay no va a tocar música.”

Lily dio un paso hacia él y, en un tono tranquilo, respondió: “No tienes derecho a quitárselo.

Jay tiene el talento, y tiene el derecho de vivirlo. No puedes decidir por su vida solo porque no sabes lidiar con tus propios fracasos.”

Por un instante, todo quedó en silencio. Luego, al oír a Jay susurrar: “Papá, por favor… solo déjame tocar”, Ryan, aunque a regañadientes, asintió. “Una vez”, dijo en voz baja. “Solo una vez.”

Lily respiró aliviada y llevó a Jay de vuelta al escenario. Cuando se sentó al piano y comenzó a tocar, la música llenó la sala, y por un breve momento, el mundo pareció detenerse.

Incluso Ryan, desde su lugar, no pudo evitar sentirse conmovido por la belleza de la pieza.

Al final, Ryan miró a Lily con una expresión que decía más que mil palabras. “Esa era mi sonata favorita”, murmuró. “Nunca tuve el talento suficiente para interpretarla.”

Lily sonrió suavemente. “¿Eso significa que finalmente lo entiendes?”

Ryan asintió con la cabeza, como si un pesado peso se hubiera levantado de sus hombros.

Y en ese instante, Lily supo que Jay tendría la oportunidad que merecía, y tal vez Ryan encontraría el camino de vuelta a su amor perdido por la música.

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