Valentina Nikoláyevna irrumpió en la casa con el rostro cargado de tormenta, dejando que sus zapatos sucios quedaran abandonados en la alfombra, como si su furia no tuviera límites.
“Un revés tras otro, como si el destino nos hubiera maldito,” exclamó dramáticamente al toparse con su nuera, María.“¿Qué ha sucedido esta vez?” preguntó María, perpleja, sin entender cómo su suegra había conseguido entrar en su hogar.
“No hablo de mí, sino de nuestra Julia,” dijo Valentina Nikoláyevna, cruzando los brazos con aire despectivo. “¡La mala suerte la persigue constantemente!”
María contuvo una sonrisa irónica. Sabía perfectamente que la “mala suerte” de Julia no era más que una serie de decisiones desafortunadas que ella misma había tomado.
Julia, tres años mayor que su hermano, se casó a una edad temprana y abandonó la escuela después de la novena clase. Nunca pensó en una carrera profesional, pero a los 32 años ya tenía cuatro hijos.
Pasó de un permiso de maternidad a otro, sin haber trabajado nunca. Su esposo, Mijaíl, 15 años mayor que ella, dirigía un pequeño negocio que apenas mantenía a la familia a flote.
Valentina Nikoláyevna nunca aprobó a Mijaíl, siempre reprochándole que no pudiera proveer adecuadamente para su hija.“Si la ha tomado por esposa, que se haga responsable de ella,” se quejaba Valentina cada vez que salía el tema.
Mijaíl, harto de las críticas constantes, prefería callar para evitar confrontaciones, pero la tensión seguía creciendo.El punto de quiebre llegó cuando Julia anunció que estaba esperando un quinto hijo.
“¿Estás completamente loca? ¡Cuatro hijos son más que suficientes! ¿De dónde vamos a sacar el dinero para mantenerlos?” gritó Mijaíl, enfurecido. “¡No quiero más niños, basta!”
Julia intentó ablandarlo con lágrimas y súplicas, pero Mijaíl no cedió, exigiéndole que terminara el embarazo.Desesperada, Julia recurrió a su madre.
Valentina Nikoláyevna, dispuesta a todo, no tardó en aparecer esa misma noche, decidida a enfrentarse a su yerno.“¿Estás fuera de ti?” le gritó apenas cruzó la puerta.
Pero Mijaíl, imperturbable, la miró fijamente y le señaló la puerta con frialdad, pidiéndole que se fuera.“¡Te arrepentirás de esto!” siseó Valentina Nikoláyevna, antes de dar media vuelta y salir furiosa.
Esa misma noche, su teléfono sonó. Era Julia, sollozando.“Mamá, me ha echado de casa con los niños. Dice que si sigo con el embarazo, pedirá el divorcio,” lloraba desconsolada Julia.
“¡Llama a la policía! ¡No permitas que te trate así!” exclamó Valentina Nikoláyevna con rabia. “¡Mantente firme! Si cedes ahora, nunca te dejará en paz.”
Al día siguiente, Mijaíl pareció ceder y permitió que Julia y los niños regresaran, pero solo por unos días más. Julia, sin saber adónde ir, pidió a su madre que los acogiera.
Valentina Nikoláyevna aceptó, pero con una promesa de seguir presionando a Mijaíl.“Puedes divorciarte cuando quieras, pero mientras estés embarazada, no lo conseguirás,” dijo con una sonrisa de triunfo.
Mijaíl, calmado, respondió: “Eso tiene tiempo. Julia sabe bien lo que he exigido.”Desilusionada con su yerno, Valentina Nikoláyevna decidió recurrir a su otro “aliado”: su hijo Valerij y su esposa María.
Con rostro serio, le relató a María el supuesto drama de Julia.“Julia está prácticamente en la calle,” dijo, bajando la voz.María escuchaba con atención, pero sabía que Valentina Nikoláyevna no actuaba sin un plan oculto.
“Ustedes tienen la casa en las afueras, ¿verdad? Denle un techo a Julia y a los niños, lo necesitan,” sugirió de repente Valentina.María, tranquila pero firme, respondió: “No. Esa casa es nuestra y no tenemos intención de cederla.”
“¿Por qué no dejar que se queden allí temporalmente?” insistió Valentina.“Eso no va a pasar,” replicó María con firmeza.Valentina Nikoláyevna respiró hondo, sorprendida por la negativa. “Ya veremos qué opina Valerij.”
Cuando Valerij llegó a casa, su madre le explicó la situación de manera exagerada. Pero Valerij solo levantó los hombros.“Que se queden contigo,” dijo sin alterarse. “Es tu hermana, al fin y al cabo.”
“¡Y tu hermana!” exclamó Valentina Nikoláyevna, indignada. “¿De verdad vas a dejarla sola?”“Definitivamente no en mi casa,” respondió Valerij con rotundidad.Valentina Nikoláyevna, furiosa, salió dando un portazo, decidida a no rendirse.
En su mente, la guerra no había hecho más que empezar.