Amber ya había renunciado al amor. Tras años de desilusiones y esperanzas rotas, había aceptado que su historia romántica nunca alcanzaría un desenlace glorioso.
Sin embargo, todo cambió de repente cuando, en una parrillada en casa de su padre, Steve, conoció a un viejo amigo de la familia al que nunca había tenido la oportunidad de ver.
Steve era distinto a los hombres que Amber había conocido. Su presencia emanaba una serenidad contagiosa. Sus manos, ásperas por el trabajo constante, y sus ojos, profundos y llenos de historias no contadas,
despertaron en Amber una curiosidad insaciable.Cuando él le sonrió, Amber sintió algo que ya había dado por perdido: una chispa sutil, pero intensa, que comenzó a arder en su interior.
«Un placer conocerte, Amber», dijo con voz grave y cálida, como si con esas palabras pudiera envolverla en una burbuja de calma.Pasaron el resto de la noche conversando, sorprendida por lo fluido que era todo entre ellos.
Pero cuando llegó el momento de marcharse, su coche se negó a arrancar. Fue Steve quien se acercó, con una sonrisa confiada, se remangó las mangas y, con una destreza asombrosa, arregló el vehículo.
«Listo», dijo al final, limpiándose las manos con un trapo. «Ahora me debes algo.»»¿Ah, sí?» Amber le preguntó, arqueando una ceja, desconcertada.»Una cena», respondió él, con tono seco.
Amber no sabía qué le desconcertaba más: su franqueza o el hecho de que aceptara sin pensarlo ni un segundo. Lo que empezó como una cena se convirtió en otra, y luego en más.
Y antes de que Amber se diera cuenta, Steve ya formaba parte inseparable de su vida y de su corazón.Seis meses después, estaba frente al espejo de su antiguo cuarto.
El vestido blanco le ceñía el cuerpo, y se observaba con una mezcla de asombro y duda. ¿Era realmente ella? ¿Una novia a los 39 años? Nunca creyó que ese momento llegaría.
La boda fue sencilla, íntima, tal como lo habían soñado. Cuando Amber y Steve se tomaron de las manos frente al altar, sintió una calidez profunda que disipó cualquier vestigio de miedo o inseguridad.
Por primera vez en muchos años, se sintió en casa.Pero la magia de la noche se resquebrajó en el primer momento de intimidad. Cuando Amber regresó del baño, encontró a Steve solo en la habitación.
Estaba sentado al borde de la cama, con la espalda vuelta hacia ella, susurrando palabras a alguien ausente.»Desearía que lo hubieras visto, Stacy», murmuró, su voz cargada de emoción.
«Fue tan hermoso. Amber… ella es todo lo que siempre quise.»Amber se paralizó. Stacy… ese nombre retumbó en su cabeza, y una sensación amarga se expandió en su pecho.
Ella sabía la historia. Stacy había sido la hija de Steve, que había muerto en un trágico accidente años atrás. Lo que no sabía era que él aún le hablaba.»Steve?», preguntó, con la voz casi inaudible.
Él giró lentamente hacia ella, su rostro marcado por una mezcla de culpa y dolor. «Amber, tengo que explicártelo.»Se sentó junto a él, con calma. «Explícalo», pidió, con suavidad.
Steve respiró profundamente, como si buscara las palabras correctas. «A veces… hablo con ella. Con Stacy. Me ayuda a mantenerla cerca, a no perderla por completo. Sé que suena extraño, pero siento que me escucha.
Hoy… hoy quería que supiera lo feliz que soy.»Amber sintió cómo su garganta se cerraba, abrumada por la intensidad de su dolor. Pero en lugar de juzgarlo, solo experimentó compasión – y una profunda, inesperada ternura.
«Steve», dijo finalmente, tomando su mano. «No tienes que disculparte. Cada uno lleva el duelo a su manera. Pero no tienes que hacerlo solo.»Los ojos de Steve se llenaron de lágrimas, y asintió lentamente.
«Debería habértelo contado antes. No quería ser una carga para ti.»»¿Una carga?», repitió Amber, negando con la cabeza. «Somos un equipo. Lo enfrentamos juntos.»
Una leve sonrisa asomó en su rostro mientras apretaba su mano con más fuerza. «Tal vez deberíamos hablar con alguien», sugirió ella. «Un terapeuta podría ayudarnos a procesarlo mejor.
«Steve dudó un momento, luego asintió nuevamente. «Eso suena bien. Gracias por entenderme.»Amber sonrió y lo besó suavemente. En ese instante, supo que, juntos, podrían superar cualquier obstáculo.
Porque el amor verdadero nunca es perfecto. No se trata de encontrar a alguien sin heridas, sino a alguien con quien compartir las propias.