Era un día común, o al menos eso creía cuando me puse mi delantal y me preparé para una noche más de trabajo. Pero lo que estaba a punto de suceder cambiaría mi vida para siempre.
Siempre me había mantenido en un segundo plano, alejada de los focos. Sin embargo, al atravesar el salón de bodas, tan cuidadosamente adornado, me quedé paralizada por un instante, como si el tiempo hubiera decidido detenerse.
Entre las mesas cubiertas con manteles de seda y las carcajadas de los invitados, lo vi: David, mi marido. Pero no estaba solo.
Estaba allí, abrazado a otra mujer, y por un momento, el mundo pareció desvanecerse. Ella no era yo. Su vestido de novia, deslumbrante y ajustado a su cuerpo, parecía desafiarme en cada costura.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
“No puede estar pasando”, susurré entre dientes. “Esto no puede ser real.” Pero la realidad, implacable, se desmoronaba ante mis ojos. David, ajeno a mi presencia, sonreía a su nueva esposa, tan cerca de ella que no había espacio para mí.
Recordé aquellos días en que nos conocimos, nuestra boda llena de promesas y sueños, pero ahora todo parecía envuelto en un espeso velo de desilusión.
Ese día marcaría un antes y un después. Sentí mi corazón latir acelerado y una presión en mi pecho. El aroma de las flores en las mesas se convirtió en una pesadilla, dulce y pesado, como una mentira que me asfixiaba.
“¡Lori! ¿Qué estás haciendo aquí?” La voz de Stacy, mi colega, me sacó de mis pensamientos. Su rostro estaba pálido y sus ojos reflejaban miedo. “Deberías irte”, insistió con urgencia. “Esto no es lo que crees.”
“¿Qué quieres decir?” le pregunté, sin comprender del todo. “¿Qué debería evitar ver?”
“Es sobre David”, susurró. “No tienes que pasar por esto.”
Pero el deseo de descubrir la verdad era más fuerte que el miedo. Sin decir nada más, dejé la seguridad de la cocina y regresé al salón. Y allí estaba él. David. Pero no era el hombre que conocía. Su nueva esposa se aferraba a él con una cercanía que me hizo sentir invisible. Reían, bailaban, y yo… era la otra.
Cada paso que daba parecía ser eterno, como si el tiempo se alargara con cada movimiento. Miraba cómo se entregaban a su felicidad, y el dolor se colaba en mi pecho, imparable.
Ella estaba en el lugar que una vez fue mío. Y David ni siquiera me miraba.
“David”, susurré, pero mi voz se perdió entre la música y la gente.
Fue entonces cuando escuché una vez más la voz de Stacy, cortante, rompiendo el bullicio. “Lori, tienes que irte.” Estaba junto a mí, intentando alejarme, pero ya había tomado una decisión. Necesitaba entender qué estaba sucediendo.
“David, ¿qué significa todo esto?” pregunté, y en ese instante, todos los ojos se volvieron hacia nosotros. Un pesado silencio llenó el aire.
“Lori… no… no deberías estar aquí”, tartamudeó, mirándome con una expresión vacía. “No estás… invitada.”
“¿No invitada?” Mi voz se quebró de furia. “¿Qué significa eso? ¡Soy tu esposa, David! ¡Llevamos siete años juntos y ahora estás aquí, con otra mujer, jugando a este juego!”
Los invitados nos observaban con asombro, y en ese momento comprendí la magnitud de lo que sucedía. Aquella boda era la ruptura definitiva.
David, el hombre con el que compartí mi vida, ahora era un extraño que había destruido todo lo que habíamos construido. Y la novia, mirándome con una mezcla de lástima y horror, se mantenía en su lugar, como una pieza más en este engaño.
“¿Qué le hiciste a él?” susurró, pero sus palabras no me alcanzaron. No sentía ni un ápice de compasión por ella. Era solo otra víctima de la mentira de David.
En medio del caos, tomé una profunda respiración y me erguí. “Ya basta”, dije con firmeza. “Esta mentira termina hoy.”