Maria sentía que vivía en un sueño. Su nuevo empleo y su vida amorosa inesperada parecían sacadas de una historia fantástica.
Pero todo se derrumbó cuando su jefe, un hombre frío y calculador, decidió quitarle todas sus responsabilidades.
Con lágrimas en los ojos, abrazó a su hijo, Lucas.
«Estoy tan orgullosa de ti, mi amor.»
«Jamás imaginé que llegarías tan lejos cuando me enteré de que tendrías un bebé. Y ahora, mira todo lo que has logrado.» Lucas sonrió, pero su tono era irónico. «¿Así que ahora dices que yo solo fui un problema para ti?»
Maria sonrió y le acarició el cabello.
«Sabes a lo que me refiero. Solo tenía dieciséis años… una niña. Ser madre tan joven fue muy difícil, y sé que cometí errores, pero tú eres mi mayor orgullo, Lucas.»
Lucas la besó en la mejilla y le estrechó la mano.
Su relación era única. Lucas había crecido con sus abuelos mientras Maria luchaba por terminar la escuela y la universidad. Eran como hermanos, siempre apoyándose mutuamente, siempre allí el uno para el otro.
«Te voy a extrañar,» suspiró Maria.
«Me alegra que hayas conseguido el trabajo, pero desearía que te quedaras aquí en lugar de irte a la ciudad.»
«Siempre regresaré, sabes que no está tan lejos.»
Maria sonrió y caminaron juntos por el hermoso campus de la universidad, donde el sol brillaba y el aire estaba impregnado con el suave aroma de las flores.
Era el día perfecto, el día en que Lucas comenzaba su propio viaje.
Cinco años después, Maria estaba frente a la puerta de una oficina en una gran empresa.
A pesar de tener cuarenta años, había pasado muchos de sus años jóvenes criando a Lucas. Ahora sentía que la vida finalmente comenzaba en serio.
Ese sentimiento se intensificó cuando conoció a su nuevo jefe, Allen. Al estrecharle la mano, Maria sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo y su mirada quedó atrapada en su rostro, tan pulido y distintivo.
«Estoy realmente feliz de que te hayas unido a nuestro equipo, Maria,» dijo Allen. «Tu currículum me impresionó y creo que eres justo lo que necesitamos aquí.»
«También estoy muy contenta de estar aquí… realmente contenta,» respondió Maria, sintiendo cómo su corazón latía más rápido. «Esto parece un sueño.»
Allen sonrió, y Maria sintió cómo algo suave se derretía dentro de ella.
Pronto, sus palabras comenzaron a desdibujarse mientras ella seguía con la mirada su barba perfectamente recortada y los movimientos elegantes mientras ajustaba su camisa.
«¿Te gustaría ver mi oficina?» preguntó Allen. «Está justo allí, para que puedas trabajar cerca de mí.»
Allen parpadeó, y el corazón de Maria dio un vuelco. Quería girarse, pero sus ojos no podían apartarse de él.
Recorrieron el pasillo, y Maria sintió cómo su respiración se volvía más pesada. Este era un juego en el que no quería participar.
No estaba buscando romance en el trabajo. Sus amigos siempre le habían dicho que era una mala idea. Maria no quería cometer el mismo error.
Pero pronto se dio cuenta de que el corazón no entendía de lógica, ni de lo que era apropiado o no.
Y pronto también descubrió que Allen la observaba a menudo, y aún más, que no llevaba anillo de casado.
Todo comenzó con sonrisas inocentes y bromas junto a la máquina de café. Y cuando trabajaban juntos en proyectos, a veces sentían sus piernas rozarse bajo la mesa.
Todo parecía inofensivo hasta que un día Allen la invitó a su oficina para hablar sobre un proyecto importante.
«¡Conseguimos el contrato!» exclamó Allen.
Maria sintió que el sueño se transformaba en una pesadilla.
Su abrazo fue repentino, una explosión de alegría por el éxito compartido. Pero antes de que pudieran separarse, ambos sabían que no querían que aquello terminara.
«Lo siento,» susurró Allen, su voz temblorosa. «Esto no debió haber pasado…»
«Sí,» respondió Maria, jadeando y mirándolo fijamente a los ojos.
Estaban tan cerca que sus corazones casi latían al mismo ritmo. El olor de su piel, mezclado con su perfume, llenaba la habitación, y Maria se sintió completamente absorbida por el momento.
Sus manos acariciaron suavemente su rostro, como si tuviera miedo de perder esa chispa.
El primer beso fue como una explosión, pura magia.
Dentro de Maria, algo cálido y suave se derretía cuando Allen la acercó aún más.
Era el comienzo de un ardiente romance que crecía en las sombras de la oficina y en las habitaciones de los hoteles de la ciudad.
Pero algo inesperado apagó rápidamente su fuego.
«No puedes estar embarazada.»
Los hombros de Allen cayeron, y ocultó su rostro entre sus manos.
«Yo sé que no planeábamos este bebé, pero lo resolveremos,» dijo Maria, colocando su mano sobre su hombro.
«No, no lo resolveremos,» respondió Allen mientras comenzaba a caminar de un lado a otro por la oficina.
«Te amo, Maria, pero… no podemos estar juntos. Estoy casado.»
Maria se quedó inmóvil, como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido.
«Pero… no llevas anillo, no hay fotos familiares en tu oficina,» lo acusó ella, mirando el lugar donde trabajaba.
«Mi vida profesional y mi vida privada están separadas,» murmuró él, despeinándose.
«Lo siento mucho, pero creo que ambos seremos más sabios después de esto. Todos cometemos errores, ¿verdad? Me haré responsable de interrumpir el embarazo.»
«¡No!» dijo Maria, cruzando los brazos sobre su vientre.
«No lo haré, Allen.»
Su rostro se endureció de rabia.
«Tienes que pensar racionalmente, Maria. Si sigues con el embarazo, será un enorme error.»
«El mayor error aquí eres tú.»
Maria se dio la vuelta hacia la puerta. No podía creer que el padre de su hijo la abandonara de nuevo.
Los siguientes meses serían algunos de los más difíciles de su vida.