Cada semana, como un ritual de recuerdo, una joven viuda visitaba la tumba de su difunto marido. Con manos delicadas, regaba las flores que florecían en su sepulcro y le hablaba en voz baja, como si él aún estuviera a su lado.
Pero al salir del cementerio, siempre le daba la espalda, como si quisiera dejar los recuerdos atrás.
Un joven, que observaba la escena desde lejos, no pudo evitar acercarse a ella. “Es realmente admirable ver cuánto respeta a su difunto esposo”, dijo, asintiendo con aprobación. “Y es encantador que no se vuelva al irse.”
La viuda sonrió y mantuvo su mirada. “Bueno, querido,” respondió con un destello travieso en los ojos, “mi esposo siempre me decía que tenía un trasero que podría hacer volver a los muertos de sus tumbas. ¡No quiero correr ningún riesgo!”
Una risa sincera escapó de los labios del joven, y por un momento, la tristeza del cementerio se vio interrumpida por una alegría viva. ¿No es eso divertido?