¿Alguna vez nos detenemos a reflexionar sobre el dicho «Lo que siembras, cosechas»? Muchas veces actuamos sin comprender del todo las consecuencias de nuestras acciones para los demás. Pero la vida siempre encuentra la manera de recordarnos que debemos ser más considerados.
Un hombre decidió llevar a su madre a un hogar de ancianos después de no poder cuidarla tras la muerte de su padre. La madre se sentía incómoda allí, y él la visitaba raramente.
Un día, recibió la noticia de que la salud de su madre había empeorado drásticamente. Estaba débil y parecía que pronto moriría.
El hijo fue rápidamente al hogar y se dirigió directamente a la habitación de su madre. De inmediato le preguntó si había algo que pudiera hacer por ella.
Con una mirada profunda en sus ojos, la madre le dijo que solo tenía unos pocos deseos finales. Al escuchar esto, él le aseguró que haría todo lo posible para cumplirlos.
La madre explicó que a veces sentía que los ventiladores de la habitación la sofocaban y pidió que los cambiaran. “Y si pudieras también cambiar la nevera…”, añadió.
“Hubo noches en que la comida estaba en mal estado, y me fui a dormir con hambre.”
El hijo estaba completamente sorprendido. Él creía que su madre no era consciente de que su muerte se acercaba. Confundido, le preguntó por qué no le había dicho eso antes. Ahora era demasiado tarde.
“Sé que voy a morir”, dijo la madre con voz tranquila, “pero estoy pensando en ti. En el día en que quizá tus hijos tampoco quieran tenerte cerca y te traigan aquí. Entonces sabrás lo que es. Recibes lo que das… Recuerda eso.”
Estas palabras tocaron profundamente al hijo. Se dio cuenta de que había cometido un error al dejar a su madre en el hogar en contra de su voluntad.
Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que nuestros padres vivan sus últimos años con alegría y dignidad, y nunca debemos olvidar eso.
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